EL PAJARO CAROLINO SEGUIRA VOLANDO DE PALO A PALO
Fue por 1952 que aterrizó en la vieja cancha de Propios y Marne, hoy inexistente, con vestuarios precarios e incómodos donde se fueron formando los cracks que vistieron luego la blusa alba.
Llegado de su San Carlos natal con el sueño en bandolera de ser un crack. Mientras su hermano Fermín alistaba en Peñarol, él rumbeó para el reducto del clásico rival, consciente de que no sería fácil construir su destino pero convencido de sus aptitudes y el temple necesario para encarar la dura lucha. Vaya legado que hubo de afrontar defendiendo el arco de Nacional.
El mismo del que fueron dueños los Céspedes, Mazzali, el Flaco García, Aníbal Paz, el Gallego Taibo, marcando un estilo inconfundible para defender con el número 1 en la espalda.
Roberto Sosa, que de él se trata, más allá de jugar sin rodilleras, marcó la presencia que impuso solvencia, arte y elegancia, con una fina estampa de atleta.
Milton Viera, compañero del gran arquero en su pasaje con la tricolor y la celeste, lo define como «un imprescindible, generoso, humilde, brillante esposo, padre y hermano y como jugador valiente hasta lo temerario, con condiciones innatas que lo hacían un golero espectacular».
El Tornillo de extensa trayectoria, relevante en el ámbito local e internacional, agrega que «él tenía algo que se ha perdido, como el orgullo de defender a sus pagos y a su gente, por la que dejaba todo, pero amaba su profesión y siempre tuvo sed de gloria. Para él nunca hubo ciclos cumplidos y sufrió cuando tuvo que dejar a su Nacional».
Obvio, hablamos de otros tiempos y otros códigos, ya mencionados en el inicio, en el desprolijo repaso que no intenta ser biográfico pero sí reflejo de la admiración que nos provocaba su carrera deportiva. El carolino que estando en el arco evitaba goles «volando como un Caravelle», al decir de Heber Pinto, ya fue Campeón en cuarta y tercera división, acreditando el arco menos vencido. En 1954 defiende a Uruguay en la obtención del primer Sudamericano Juvenil disputado en Caracas. Tenía 18 años y aquel equipo dirigido por Gerardo Spósito alineaba a Sosa, Marichal y el Tato Claro; Walter Davoine, Héctor Omar Ramos y Jorge Rodríguez Andrade; Ramón Cruz, el Cholo Demarco, Laitano, Víctor Homero Guaglianone y Escalada, alternando el Turco Ayup, Mónaco, el Yuti Pedersen, Calderita López y el Flaco Risso.
Ese mismo año Héctor Scarone y el Cabezón Romero lo ascienden al plantel de Primera División, alternando con Juan Carlos Leiva y Walter Taibo. El arribo de Ondino Viera lo confirma como titular, logrando el Campeonato Uruguayo en 1955, 56 y 57 junto a Troche y Di Fabio; Roque Fernández, Rubén González y Mesías; Héctor Núñez, Raúl Núñez, Acosta, Ciengramos Rodríguez y Escalada. Mantuvo la titularidad en períodos de «vacas flacas», sufriendo el primer quinquenio aurinegro, a despecho de grandes arqueros que debieron esperar turno a pesar de las derrotas, como Yamandú Solimando y Luis Dogliotti.
Resurgió de las cenizas en 1963, quebrando la racha de la mano de Zezé Moreira, integrado a Troche y Emilio Alvarez; el Chufla Ramos, Eliseo Alvarez y Origoni; Urruzmendi, Mariolo Bergara, Jaburú, Douksas y Meneses. Repitió en el 66, Roberto Scarone el DT, y fueron sus compañeros Manicera y Emilio Alvarez; Ubiña, Montero Castillo y Mujica; Urruzmendi, Milton Viera, Curia, Rubén Sosa y Julio César Morales. El espacio, paradoja, no da lugar en esta crónica, pero estuvo en los mundiales de Chile e Inglaterra, fue Campeón Sudamericano en Guayaquil, 1959, con un solo gol en contra, obtenido por el paraguayo Parodi, de tiro libre en el último cotejo del torneo, cuando los celestes ya eran campeones.
El técnico fue Juan Carlos Corazzo y jugaban Sosa, Troche y Cacho Silveira; Méndez, Rubén González y Mesías, Domingo Pérez, Bergara, Sasía, Douksas y Escalada.
Tuvo un breve pasaje en el exterior, regresó para jugar en River Plate y volvió a sus pagos para abandonar el fútbol.
Nos dejó este fin de semana pero lo seguiremos viendo como la «sellada» de las clásicas figuritas que venían con un chocolatín, el jopo y la sonrisa luego de cada atajada. Fue una gloria del fútbol uruguayo y nadie nos quitará la ilusión de seguir viendo al pájaro carolino, volando de palo a palo.
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