Cerro, el primero de los chicos en llegar a la final
Lo haremos para rescatar la inédita circunstancia de la era profesional, donde un instituto en desarrollo terminó en primer lugar, al cabo de la disputa de un Campeonato Uruguayo.
El Club Atlético Cerro fue el protagonista.
Vaya que lo fue desde los distintos enfoques que al respecto se podrían ejercer, traspasando las fronteras del ámbito deportivo, para recorrer el campo social, cultural, laboral y político de la época.
Ocurrió en 1960 y el rival fue Peñarol, con el cual los albicelestes finalizaron el certamen igualados en puntos.
Los aurinegros venían de lograr el torneo anterior tras la accidentada final disputada frente a Nacional en marzo de ese mismo año, pero definiendo la corona de 1959, habida cuenta de un artilugio hábilmente manejado por Washington Cataldi, a la sazón delegado peñarolense ante la Asociación Uruguaya de Fútbol, para que quedaran habilitados y pudieran jugar la finalísima Carlos Abel Linazza y Alberto Spencer, que no habían disputado un solo minuto de aquel campeonato, siendo incorporados finalizado el mismo.
Al cabo, nada novedoso en la dimensión conocida del fútbol uruguayo, donde infringir las leyes o reglamentos es un deporte en sí mismo, más allá de que Peñarol también se acreditó ese año el primer título de la Copa Libertadores de América.
Estertores de la Suiza de América
Cerro amenazó a fines de los 50 con ser el tercer grande del fútbol uruguayo, en función de la presencia de Luis Tróccoli, connotado dirigente del Partido Colorado, con sentido populista, capaz de atraer y convocar a quienes mostraban enorme adhesión a la causa del equipo de la villa, con particular impulso al ejercer la presidencia de la institución.
Con la crisis del gobierno de Batlle Berres, la «Suiza de América» ya dejaba de ser tal y se precipitaba la influencia negativa de la misma. Una dura huelga había estremecido los cimientos de los sindicatos de la carne, marcando diferencias que fueron precipitando la catástrofe que llevó a que de media docena de frigoríficos, no quedara ninguno unos veinte años después.
Pero todavía se mantenían enhiestas algunas valencias cuando ya se pensaba en la construcción de un estadio propio, hecho realidad en 1964, pero procurando una gran campaña deportiva que respaldara otros logros institucionales, como también lo fueran la adquisición de una lujosa casona sita en Avenida Buschental y Félix Olmedo, como lugar de concentración del plantel de primera división, lo mismo que la restauración de la sede social de la calle Grecia.
Pero aun con los frigoríficos en vías de extinción en la zona, Cerro mantenía una legión de seguidores de la clase trabajadora, con posibilidades de seguir el cuadro por toda la ciudad.
Y el momento llegó, para el comienzo de la temporada de 1960.
Una final histórica
Roberto Porta fue convocado para conducir el equipo que sería sensación, basado en la solidez de un triángulo final compuesto por un arquero de enormes reflejos como el salteño González Acuña y dos zagueros corpulentos y recios como Julio Dalmao y Rubén Soria, en su momento integrantes de la Selección nacional, la experiencia de Waldemar González, tras un pasaje por Nacional, el fraybentino Rubén Coccinello, extremo derecho que había logrado el título meses antes, jugando por Peñarol, más la eficacia de quien fuera goleador del campeonato, el insider derecho Jorge López, junto al oportunismo del wing zurdo Juan Pintos. La manija del equipo se sostenía en las piernas chuecas y depurada técnica del diminuto Miguel De Britos, estratega de la histórica alineación cerrense que, compartida que fue la primera posición con Peñarol, debió jugar la final.
Una multitud colmó las instalaciones del Centanario, con la Colombes cubierta por los simpatizantes del cuadro chico, como ocurría cuando cada fin de semana 20 o 25 camiones salían desde la villa repletos de público, alimentando la ilusión de la vuelta olímpica.
En la calurosa tarde de diciembre, ante 70.000 personas, incluidos los taludes con gente de pie, Peñarol alineó a Luis Maidana, William Martínez y Milton lves Da Silva (Salvador); Santiago Pino, Néstor Goncalves y Walter Aguerre; Luis Cubilla, Carlos Abel Linazza, Júpiter Crescio, Alberto Spencer y Carlos Borges.
Cerro jugó con Pedro González Acuña, Julio Dalmao y Rubén Soria; Waldemar González, Angel Rodríguez y Angel Carretti; Ruben Coccinello, Jorge López, Nelson García, Miguel De Britos y Juan Pintos.
Los dioses no avalaron la hazaña.
A poco de iniciado el cotejo, una falta descalificadora de Goncalvez dejó fuera de circulación a Britos, el mejor jugador de los albicelestes, a la vista y paciencia de Esteban Marino, de complaciente arbitraje para el grande.
El «diez» del cuadro de Porta sufrió una luxación de clavícula y como no se habilitaban los cambios siguió en la cancha pero de manera nominal, siendo una baja sustancial. Para colmo, el primer gol de Peñarol llega tras un remate de Crescio que pega en el palo del arco y de la Amsterdam, rebota en la espalda de González Acuña y se introduce en el arco.
Al cabo el propio Crescio convirtió un nuevo tanto y Spencer hizo otro descontando Waldemar González de tiro libre penal, pero estando 1 a 0 el marcador, un remate de Pintos dio en un parante y pegó en la espalda de Maidana, pero en vez de entrar se fue al corner.
Así se escribió la historia de la final que terminó 3 a 1 y desvaneció el sueño de campeón del cuadro chico, pero estableció el camino que definitivamente, en 1976 a través de Defensor Sporting, quebró la hegemonía del fútbol uruguayo. Y llegaron otros a porfiarle a los grandes. Hoy es River el que se anima a torcer la historia pero no quedarán dudas sobre que fue Cerro el que enseñó el camino.
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