Nacional barrió con todo al final del Apertura y logró festejar un título impensado
Marcelo Gallardo se abraza con todo su equipo de trabajo. El gesto es eterno y la comunión parece no tener fin: la hazaña acaba de consumarse y es tiempo de festejo. Después de comenzar el torneo con tres empates y con un rendimiento defensivo más cerca de lo
amateur, Nacional recompuso todas sus piezas, armó una columna vertebral que soportó kilos de presión, aceitó el funcionamiento y alcanzó una solidez que hoy lo justifica como campeón.
La cifra impacta: 22 de 24 puntos obtuvo el Tricolor en la recta final. El frío de la estadística se interpone para justificar tanto calor en la tribuna. El equipo de Gallardo despertó a tiempo. Necesitó del cachetazo voraz que le dio Bella Vista para salir a flote y por eso el
entrenador albo diría después de que «Me alegro por todos, pero por sobre todo por los jugadores que entendieron el mensaje». El Bolso precisó de estar en el fondo para tomar impulso y salir. Ordenó la casa, aprovechó los traspiés ajenos y hoy festeja un título que roza
lo histórico y tiene un fuerte contenido dramático y mágico. Aunque solo se trate de un Apertura.
Llegar a ver la imagen de Rodrigo Muñoz besando el trofeo, no sólo costó esa genial arremetida de las últimas fechas. También costó mucho sudor en la tarde dominguera. Liverpool expuso un buen nivel de juego e hizo aún más sobresaliente la victoria del campeón. El
equipo de Antúnez lució ordenado y se encargo de destruir todos los circuitos de fútbol que Nacional construyó en el primer tiempo. El Bolso siempre chocó con los defensas negriazules y el gol no se olfateaba. Todas las acciones terminaban en las manos de Castro, en
los pies de algún zaguero o en el saque de meta.
Al Tricolor le faltaba el condimento que no tuvo durante las primeras partes de todo el torneo: profundidad. Para esa carencia, siempre necesitó de la zurda de Recoba. El Muñeco lo puso a tiempo y el Chino tomó el control en el momento más caliente. Condujo, hizo la
pausa, marcó el ritmo y tuvo la acostumbrada frialdad para hacer la misma obra de siempre: quiebre de cintura para acomodar el perfil y remate con precisión de cirujano. La bola tocó el palo que acomoda la red e hizo vaga la estirada de De Amores, el pibe que debutaba
en el arco rival.
El gol desató una locura que no se calmó con el dominio final del Liverpool que llevó el partido a campo tricolor. El equipo de Antúnez empujó pero Nacional volvió a lucir un orden defensivo brutal para bancar el temporal: Placente creció, Torres limpió, Rolín marcó hasta la
sombra, Piriz-Calzada bloquearon los caminos, Recoba impuso pausa y el binomio Boghossian-Medina bancó todo por tierra y aire. La tribuna aguantó el aire con los embates finales de la Cuchilla, pero soltó todo cuando Silvera pitó y Nacional terminó festejando un torneo
que todos lo adjudicaban amarillo y negro. Ganó el clásico de la misma forma que el certamen: de atrás. Y así, cierra un año que no puede lucir mejor: campeón del Clausura, Uruguayo y Apertura. Claro, con el condimento de también tener los dos clásicos en el bolsillo.
Compartí tu opinión con toda la comunidad