Dos exposiciones de buen nivel
Es un hecho estimulante que da una nota optimista en medio del invierno de nuestro descontento. Las salas de exposiciones permanecen abiertas, renuevan su cartelera con periodicidad y editan catálogos. Si se animaran a dar otro paso y enviar comunicados más explícitos y a comparecer en audiciones radiales y televisivas (porque la ignorancia de sus conductores es infinita y no los invitarían por iniciativa propia) se conformaría una difusión mayor que beneficiaría, en primer lugar, a los propios artistas. Resulta paradojal que la imaginación no sea un resorte utilizado para difundir las artes visuales, con un material en gran porcentaje nacional. La unión hace la fuerza, ya se sabe, y un boletín colectivo mensual ayudaría, entre otras cosas.
Lo mejor de Arotxa
La idea es feliz y fue aprovechada con éxito. Tanto que los tres mil visitantes permitieron prolongarla hasta el 15 de junio. Hacer una exposición en el edificio Constitución de la Plaza Matriz, antes de ser utilizado para oficinas comerciales y convertirlo en una temporaria galería de arte accidental fue el primer mérito de Arotxa. Supo desplegar con habilidad un acertado montaje en los tres pisos y potenciar el atractivo de los numerosos grafitos y óleos reunidos con el título Caudillos. Es una mirada suavemente irónica, teñida de afectividad, sobre un aspecto de la historia nacional. No hay individuales en ese registro. Son hombres anónimos, apenas identificados por las divisas blanca y colorada (en las golillas, en la vincha de la cabeza, en los sombreros), ese contrapunto partidario que dominó el siglo XIX, con sombreros diferentes pero los rostros aparecen diluidos, como vistos a la luz de un recuerdo a la manera figariana. Y el recuerdo, para un ayer lejano, es borroso, sin perfiles nítidos. Arotxa utiliza una paleta baja, de grises refinados muy trabajados a espátula y con el filo de la misma tajea la superficie del cuadro en un encuentro de trazos dinámicos como un combate de sables y lanzas. Esa manera de aludir, sin presentar, una narrativa histórica es uno de los hallazgos felices de Arotxa que además pone la impronta, en las grandes composiciones del piso inferior, de la estética pictórica de esos tiempos insurgentes. Por eso remite, de manera inconsciente, a los ensayos académicos en Italia de Carlos F. Sáez y Carlos María Herrera y a los maestros Fattori y Fortuny de quien hay un cuadro significativo en la principal pinacoteca montevideana. Arotxa toma distancia de la caricatura, un género que lo catapultó a la fama, desde el mismo diario en que se inició, décadas atrás, Sábat, para indagar con mayor libertad operativa, en la temática elegida y con la cual se siente comprometido en la pintura y en los dibujos, donde la línea se desliza con enérgica voluntad de estilo expresivo y una sensualidad clara y directa, siempre ondulante en el despojamiento formal o en las instancias barrocas. Es una lástima que la muestra no estuvo acompañada de un catálogo (aunque hubo textos murales atendibles) con las reproducciones necesarias, aunque se anuncia un próximo libro.
Trampas bienvenidas
En el Centro Municipal de Exposiciones de la Plaza Fabini transcurrió durante el mes de mayo Trampas 02, que concluyó ayer. La idea, curadoría y textos estuvieron a cargo de la licenciada Graciela Taquini, una especialista argentina de renombre en los nuevos medios audiovisuales. Con inteligencia e impecable sentido selectivo, Taquini reunió diferentes (en lenguajes, edad, trayectoria) autores argentinos y uruguayos en torno a la idea general de simulacro muy difundida por el filósofo Jean Baudrillard. «El propósito de la muestra -escribe en el pequeño y excelentemente diseñado catálogo- no es sólo estético, sino ideológico, especialmente en un momento histórico sin certezas» y aunque menciona a otras personalidades implicadas en la idea baudrillardiana (Foucault, Derrida, Deleuze) en las diferentes interpretaciones del simulacro, quizá faltó aceptar una verdad perogrullezca: que toda obra de arte es un simulacro, una ficción, que siempre trasciende y desmiente, reinterpretando, los datos de la realidad en que se funda.
En ese recorrido por las diferentes obras, muy bien presentadas y de amplia repercusión en el público, las de los uruguayos llaman la atención por la madurez conseguida. Enrique Aguerre utiliza dos pantallas de video para intervenir una vieja película policial, alterando el encadenamiento temporal de algunas secuencias, con hallazgos a los que hay que estar muy atento para advertir las diferencias. Julia Castagno se propone como protagonista en un emocionante video. Brian Mackern (uruguayo, aunque el nombre pueda despistar) un consumado manipulador de la computadora, hace del net art un instrumento de irónica irrisión. Teresa Puppo asume, con rotundidad, los ensayos que la habían precedido, y consigue instalarse como persona (en su acepción latina de máscara) en una sucesión fotográfica convincente. La incursión fotográfica de Carolina Sobrino amplía su registro expresivo. Martín Sastre presenta un video conocido sobre las E true Hollywood Story en una descacharrante versión kitsch y, al igual de Daniel Umpiérrez vuelve con la divulgada serie de Dani Umpi, recorridos de indudable eficacia y, por último, Pablo Uribe, en un video juega con las ambivalencias de la representación espacial.
Loa argentinos están muy bien, pero son menos conocidos y las conclusiones, al ver una sola obra, no siempre tiene una apoyatura suficiente basada en la trayectoria. Aunque en dos casos, Dino Bruzzone (parcialmente visto por problemas técnicos) y Leandro Erlich, con una breve caminata internacional, demuestran y confirman sus talentos.
No se quedan atrás los representantes argentinos, con puntos altos en las fotografías de Ignacio Iasparra, un veinteañero con aguda percepción visual, la instalación de ficciones borgiana de Horacio Zabala, los módulos de Alicia Herrero o la infografía de Ivan Calmet.
El conjunto funcionó muy bien y habrá que esperar una continuación renovada de Trampas 03. *
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