Amalia Nieto, intensa ilustradora
Con una extensa trayectoria de sostenida calidad y experimentación en su larga existencia (murió a los 96 años), Amalia Nieto comenzó a pintar desde niña amparada y estimulada por la situación económica de su familia y las relaciones intelectuales con la sociedad montevideana.
Pocos artistas locales lograron asistir desde jóvenes a las tertulias organizadas por el matrimonio Alfredo y Esther de Cáceres y en la quinta de Vaz Ferreira, y al mismo tiempo concurrir a los cursos del Círculo Fomento de Bellas Artes en uno de sus períodos de docencia más brillantes de la época, en plena emergencia del planismo, esa primera corriente de moderado vanguardismo que se instaló en el país. También fue excepcional la experiencia de viajar a París en 1929 para permanecer allí cerca de tres años, estudiar en el taller del poscubista André Lhote y en la Academia de la Grande Chaumière, en la Sorbonne, y familiarizarse con las corrientes artísticas emergentes en la entonces capital internacional del arte dominada por el surrealismo y el arte abstracto, en plena ebullición. Tuvo oportunidad de visitar a Figari y acaso agregar, como otros pintores uruguayos, alguna pincelada a sus cartones.
Al regresar en 1932, Amalia Nieto realiza su primera unipersonal y en 1934, al volver Joaquín Torres García, integra el pequeño núcleo que rodea al maestro del constructivismo (Zoma Baitler, José Cuneo, Carmelo de Arzadun, Nicolás Urta, Héctor Ragni, entre otros), un período fundamental que marcará su derrotero estético.
Período fundamental de varias coincidencias. A pesar del golpe de Estado terrista en 1933, Uruguay prolongaba el optimismo de la naciente clase media surgida al socaire del liberalismo batllista y la transformación social que admitiría, exageradamente, ser conocido por «la Suiza de América». Los felices años 20 o los años locos. El sueño de Europa en América. Los impulsos utópicos torresgarcianos contagiaron a sus discípulos en la formación de un lenguaje común de conjunción europea y americana, el universalismo constructivo, la Escuela del Sur.
Amalia Nieto había conocido al pianista y escritor Felisberto Hernández, que tenía en su repertorio a Strawinsky. A la devoción artística se unía la devoción afectiva para concretar, en una correspondencia íntima, formas expresivas de una irradiante imaginación.
Las cartas que Amalia le escribió a Felisberto entre 1935 y 1937 estaban ilustradas con dibujos coloreados. Los colores puros (propios del constructivismo local y europeo, en especial del Malevich de la última época), los contrastes simultáneos y tímbricos, de connotación musical evidente, el empleo de estructuras geométricas o la geometrización de los referentes figurativos, con un toque levemente irónico, humorístico ( a lo Klee), recorren esas encantadoras y diminutas composiciones que fueron más tarde, una vez concluida la relación matrimonial, recortadas y separadas de la escritura. Enmarcadas, aisladas, pasaron a tener una existencia otra.
Miguel Angel Battegazzore, en el acto inaugural de la exposición, las asoció a ex libris, pues el recorte de las imágenes del epistolario confirmaba la separación afectiva y al mismo tiempo prolongaba la pertenencia de la relación amorosa. Varias décadas después, con variantes, se concretarían en sus Naturalezas muertas mentales.
Recorrer esas pequeñas imágenes intimistas, vivaces y palpitantes, es recrear un período colectivo e individual de particular euforia vital en la sociedad uruguaya, para situar a Amalia Nieto en su primera y sólida condición creadora, luego confirmada y ampliada en mayores dimensiones formales.
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