Arte

Centenario de Zoma Baitler (1908-94)

Para un joven de 19 años, nacido en el shtetl Sianciai, pequeño pueblo judío, cerca de Kovno / Kauna / Kauen, nombres asignados por los gobernantes de turno (lituanos, rusos o alemanes, respectivamente), Montevideo le debió impresionar como la tierra prometida después de una larga y agotadora travesía marítima, desviándolo de su destino final, Buenos Aires, adonde lo esperaba un hermano. La amistad con Moisés Orzuj, schif brider, hermano de barco (será el fundador del diario Folksblat en 1931), debió aminorar los sinsabores del viaje, una relación amical que se mantendrá en los siguientes años.

Ambos provenían de Lituania, territorio de 65 mil kilómetros, enmarcado entre el mar Báltico y Bielorrusia, y de la capital, Kovno, la ciudad más grande del país, con una población judía de 40 mil personas, concentrada en los barrios comerciales y artesanales. Zoma Baitler, el menor de seis hermanos, no llegó a conocer a su padre al morir de pulmonía luego de regresar de la guerra del ejército zarista contra los turcos, durante una licencia médica.

A la madre le faltaban tres meses para su nacimiento. Eso lo marcó en su infancia. En la sinagoga cercana aprendió el kadish, la oración por los difuntos, antes que la lectura, que repetía todos los días del año. Atormentado por esa ausencia de un padre solo conocido por fotografías, decidió reaccionar y superar la intensa angustia que le impedía relacionarse con el mundo. La pintura y los estudios fueron abriendo el camino hacia la liberación de sus intensas emociones.

Es probable su asistencia, no siempre explícita en sus declaraciones autobiográficas, a veces contradictorias, a la Escuela de Artes y Oficios y a la ORT, especie de escuela politécnica, de Kovno, optando por especializarse en tipografía, la frecuentación inevitable por la religión en la Escuela Talmúdica, además de asistir al taller del pintor académico Paul Kaufmann. Dominando varios idiomas (idish, hebreo, polaco, alemán, ruso, francés), Baitler estaba bien preparado para enfrentar el nuevo mundo y dejar atrás el humilde almacén de su madre con arenques ahumados brillando a la luz de una lámpara de kerosene. No tardaría mucho en aprender español.

La década de los veinte en Uruguay se estiró más allá de sus límites cronológicos, hasta los años 40, la década dorada en la historia uruguaya. Favorables circunstancias externas e internas posibilitaron la creación de una atmósfera espiritual, una sensibilidad colectiva, una manera de ser y estar de los diferentes estamentos sociales hasta decantar en una unidad lograda casi sin esfuerzo, ajena a teorías y formulaciones programáticas.

El Art Déco, nombre abreviado de la exposición de Artes Decorativas e Industriales Modernas, París, 1925, acaparó la inquietud que estaba en el aire. Sintetizó otros movimientos (fauvismo, cubismo, futurismo) quitándole los aspectos agresivos o incómodos difíciles de asimilar dentro de los esquemas visuales locales, evitando manifiestos o conductores carismáticos. Las visitas de Einstein, 1925, Marinetti, 1926, Le Corbusier, 1929, personalidades accesibles a pequeñas audiencias de intelectuales y artistas, apenas si alteraron el dulce transcurrir de la vida ciudadana.

 

Trayectoria de Zoma Baitler

Zoma Baitler asistió deslumbrado a ese escenario de efervescencia cultural al cual muy pronto se incorporaría como protagonista. Sus primeros pasos estuvieron orientados hacia la subsistencia material. Dotado de cordialidad y simpatía, de la energía del exiliado, entró a trabajar de tipógrafo en la imprenta Latina, donde conoció a Juan Ventayol, a seguir en el diario El Debate, luego lo hará en la revista semanal Mundo Uruguayo y el diario Acción. En el diario El Día colaborará con textos sobre su propia vida escritos en tercera persona. Sin embargo, su indeclinable vocación pictórica se manifestó con persistencia, cada jornada. Sabía de su bagaje técnico insuficiente. No lo atrajo el intenso cromatismo de los planistas y, por coincidencia temperamental o sensibilidad, por su apego a la naturaleza, prefirió el lirismo impresionista. No debió ser indiferente a los cuadros de Blanes Viale o Milo Beretta. Al regresar Joaquín Torres García en 1934, fue de los primeros en acercarse al maestro del constructivismo que lo aceptó como alumno. Trabajó con él siete años, sin adherir a sus principios teóricos y prácticos, ejecutando naturalezas muertas convencionales y, de vez en cuando, algún ensayo constructivista.

«Llegué al impresionismo naturalmente. Sin esfuerzos, sin violencias. No es que lo eligiera yo. Es que lo llevaba con mi vocación». La afirmación de Baitler hizo que fuera considerado, realmente, un pintor impresionista. Lo fue en parte. Sus comienzos tuvieron el sello académico en su primera exposición de 1931. Más tarde, al recibir las enseñanzas de Torres García durante siete años, consolidó su técnica, consiguió establecer sistemas de composición basadas en la medida áurea, profundizar en el uso de las tonalidades, el claroscuro, adquirir soltura en el movimiento de la pincelada y la movilidad de la materia pictórica, es decir, la sólida base que caracterizó a los alumnos torresgarcianos. No obstante, se apartó de los cánones aprendidos y los manejó a su manera que, en principio coincidió con aspectos diversos del impresionismo y el posimpresionismo. Entusiasta de la naturaleza, pintó al aire libre. En la ciudad y el campo. Calles céntricas, caseríos suburbanos, estaciones de ferrocarril, campos cultivados y agrestes, el arroyo Miguelete (tema preferido de la época), todo lo que contribuye al género paisajístico.

Zoma Baitler se educó, en lo que ha llamado Harold Bloom, en la ansiedad de las influencias. Y eso obliga a leerlo en su tiempo. Por eso no se contentó con lo adquirido. Ni las distinciones y premios obtenidos. Siguió investigando en sus numerosos, viajes por todo el territorio uruguayo visitando y pintando en cada departamento gracias a la concesión de un abono gratuito en el tren que le permitió conocer el país, como pocos de sus colegas, las singularidades de cada departamento y luego, Europa, Africa del Sur, Estados Unidos, dejando testimonio de su incansable actividad de pintor. Con demorada residencia en París, visitando los itinerarios de los impresionistas.

El impresionismo dejó paso o quizá alternativamente (el artista no fechó sus cuadros y es difícil establecer una cronología exacta) a la visión de planos de color más sueltos, de una materia más leve sin límites precisos hasta deslizarse, casi sin advertirlo, en unidades geometrizantes, de planos agudos, cortantes, de talante cubista. Figuras y naturalezas muertas, flores y mesas próximas a ventanas para ampliar el espacio y dejar penetrar la luminosidad, fueron construidas con rigor y fuerza interior.

Hay un aspecto que no se ha enfatizado suficientemente en la obra de Zoma Baitler. Es la tónica expresionista. Un expresionismo que impregnó a otros pintores judíos y que, en su mayoría, los identifica. El alemán Max Liebermann se anticipó a la tendencia en su peculiar impresionismo, cargado de materia y subjetividad, de violencia formal, fuertemente emotiva, por momentos cercano a otro lituano, Chaim Soutine.

La exposición se inaugura el jueves, a las 19.00, en la Sala Figari del Ministerio de Relaciones Exteriores. Se editó un importante catálogo con el apoyo de Nuevo Siglo, Canal 12 La Tele, HSBC Bank, Grupo Disco de Uruguay, Universidad Ort, Dante y Gustavo Iocco.

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