Los riesgos de la modernidad
A modo de ejemplo, podemos sintonizar visiones ultra críticas como las del teórico González Anleo cuando dice que «las masas se caracterizan por su irracionalidad y su falta de autonomía histórica, lo cual las hace presa fácil de todo tipo de manipulación». A su vez, el filósofo Theodor W. Adorno opina que «la cultura contemporánea de masas es repetitiva e insoportable y tiende a desarrollar reacciones automatizadas». Adorno sugiere que «la cultura popular se ha apoderado de todos los medios de expresión artística». Para Adorno, los medios de comunicación son todopoderosos ya que las multinacionales mediáticas dominan el mundo, seleccionan y manipulan las ideas en función exclusiva de su rentabilidad. Ante estos «productos culturales», el consumidor común, (mudo y pasivo) «se limita a emitir respuestas pavlovianas de estímulo-respuesta». Una opinión que se suma a la del escritor Bernard Rosenberg, quien afirma que en la cultura de masas «la gente se vuelve deshumanizada, insípida, llegada por la ansiedad; es explotada, engañada, abandonada y su vida es estandarizada, vulgarizada y manipulada. Esta situación es promovida por cosas como películas vulgares, dramones patéticos, creando en el público una angustiosa vida vacía de sentido y trivializada, así como alienación que lleva a esa horrorosa realidad: el hombre-masa».
Alguien dijo una vez que «donde existe una vanguardia, generalmente, también encontramos una retaguardia», lo que, en otras palabras, cabe traducirse como que siempre pueden darse actitudes reaccionarias frente a cualquier proceso de cambio. Es que, según Mc Luhan, la cultura de masas está saturada de estereotipos y clisés para brindar «un lugar que ofrece arraigo, un objeto tranquilizante que funciona como ambiente conectivo de la interacción social». Esta interacción, sin embargo, no resulta tan clara para otros ensayistas, que hablan de un «progresivo exhibicionismo del ocio» donde el «hombre masa» desea llenar su tiempo libre con la máxima excitación a cambio de un mínimo esfuerzo como intento sistemático de huir de la aburrida realidad cotidiana. Abraham Moles, teórico de la sociología de masas, habla por ejemplo de la «estética del consumo». En la sociedad de masas el sistema de producción y reproducción de la cultura se organiza de acuerdo con criterios de tipo industrial, predispuesto a las reglas de la moda. Algunos ensayistas aseguran que los muchos «creativos» se transforman en productores asalariados, mientras que los «productos artísticos» se estandarizan y elaboran en formas que aseguran la máxima difusión para destinatarios que experimentan el mismo tipo de «fruición efímera que dedican a los bienes de consumo y a las modas». En su ensayo «El mundo Fantasmal de la TV», Gunther Anders sostuvo que «el consumo masivo moderno es la suma de desempeños solitarios: cada consumidor, un trabajador empleado sin pago en la producción del hombre-masa». Hasta el sociólogo Edgard Morin relaciona la comunicación masiva con un proceso que genera la vulgarización de sus contenidos; como una «transformación para la multiplicación». (Cabe preguntarse entonces si el consumidor posee una auténtica libertad de elección, ya sea para elegir un desodorante o comprar una obra de arte). Sucede que, a veces, cierto tipo de «arte» parece fabricarse a escala masiva, marketing mediante y con una tecnología industrializada. Una standarización que genera la correspondiente rentabilidad y su supervivencia en el mercado. A pesar de lo señalado, Moles prefiere hablar de «diversificación»; una heterogeneidad babilónica que se canaliza vía mediática y donde el ser humano acaba incorporando «una cultura de retazos, absorbida en pequeñas dosis, sin estructura, orden ni jerarquía». En definitiva, un matiz terminológico que delata el mismo problema. Hasta podría decirse que existen recetas para capturar el interés anónimo de la colectividad en su conjunto. En este sentido basta manipular un abanico supuestamente ecléctico (una ensalada que mezcla esoterismo con gastronomía, religiosidad, deporte, sexo, etcétera) pero realmente standarizado y de una accesibilidad primaria como para ser consumido a nivel fast food sin que se distingan demasiado las fronteras entre lo ficticio y lo real. Aquí lo que importa, obviamente, es lograr puntos de consumo máximo.
En realidad, la idea (bastante apocalíptica) de «hombre masa» aparece con el filósofo español Ortega y Gasset, quien calificó el concepto de sociológicamente complejo. La complicada realidad del hombre-masa parece sugerir una idea de hombre anónimo, carente de conciencia individual, y psicológicamente caracterizado por el hedonismo, la trivialidad, una autoconfianza superflua y la probable vulgaridad en sus estados de conducta. En «La tercera ola», Alvin Toffler señala que la sociedad industrial se caracterizó por dos fenómenos: la cultura de masas y la sociedad de consumo. En medio de todo esto, el riesgo de la banalidad alienante surge en forma potente ya que el sistema de producción en serie permite la distribución y comercialización masiva. No es el único peligro porque, para ciertos teóricos, lo de «hombre masa» también puede ser sinónimo de «bárbaro moderno».
Por eso es que el famoso tema de la «rebelión de las masas», según Ortega y Gasset «puede ser tránsito a una nueva y sin par organización de la humanidad, pero también puede ser una catástrofe». Un pensamiento inquietante que corre paralelo a lo expresado por el ya citado González Anleo al afirmar que «cuando culminó la primera colonización industrial se inició una segunda: la del alma humana, con todas sus producciones, imágenes y sueños».
Ojalá que se equivoque. *
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