Emblemático reflejo de idiosincrasia
En esta ocasión, el guionista y director Manuel Nieto (que «casualmente» trabajó como asistente de dirección en algunas de las películas mencionadas) logra plasmar un agudo retrato de la «uruguayez» nuestra de cada día a través de una narración austera que no descarta cierta faceta tragicómica. Desde el título (que parece aludir juguetonamente y entre líneas a un conocido balneario de enorme convocatoria juvenil), todo el largometraje maneja un trasfondo emblemático que propone diversas lecturas sobre algunos sectores etarios de la clase media/baja uruguaya, el desasosiego propio de un típico territorio tercermundista cuyos habitantes anestesian inquietudes entre cerveza y marihuana, los desencuentros generacionales, una relativa o incierta viabilidad como nación (recordar a Onetti) y el agridulce sentimiento de no future que queda suspendido en el aire cuando se encienden las luces de la sala.
La anécdota presenta a David, el joven protagonista, que es conminado por el padre a terminar su casita -en un terreno que le ha regalado- como manera de enderezarlo para que haga algo útil con su vida. Sin mayores recursos, poca disposición (y nada de aptitud) para el trabajo físico, el personaje (que desea retomar sus estudios en Montevideo y acaba de distanciarse de su novia) recibe el apoyo de algunos amigos un poco díscolos mientras encara el desafío con algo de ganas y muchas dudas sobre cómo hacerlo. De más está decir que esa casa que va construyéndose a los ponchazos, con mucho voluntarismo y escasa noción organizacional, tiene mucho que ver con ese futuro difuso y sin mayores posibilidades que muchos jóvenes presienten en el mediano y largo plazo de sus existencias. Con un guión impecable, auténticamente fidedigno a los códigos de los seres que dibuja, Nieto (que también deposita su dosis de ternura y alguna ráfaga de violencia en esta mirada cinematográfica) logra picos de excelencia en los diálogos y un exactísimo friso de ese microuniverso perfectamente identificable y cuasi estático que traslada a la pantalla grande. Como paisaje que desarrolla la crónica de un posible fracaso presentido, el mundo de La perrera (donde «la cantidad de los hombres equivale a la de los perros y además escasean las mujeres» según manifestó oportunamente el cineasta) impresiona, por momentos, como un registro documental de objetiva exactitud.
Despojada en su fotografía pero rigurosa en la estructura narrativa que plantea, La perrera ya puede ir considerándose uno de los mejores filmes de la producción audiovisual nacional de los últimos años no sólo por lo que dice, sino por la manera cómo lo dice y el espacio para la reflexión que genera en cada uno de los espectadores. Algo similar debe haber pensado el Jurado del Festival Internacional de Rotterdam cuando, a principios de año, le otorgó el Premio Tiger Award, máximo galardón de la competencia. No resulta aventurado pronosticar que la distinción señalada sea apenas una de los múltiples reconocimientos que, de ahora en más, esta ópera prima de Manolo Nieto siga cosechando a nivel internacional. Se los merece.
La perrera. (Uruguay; 2005). Guión y Dirección: Manuel Nieto. Fotografía y Cámara: Guillermo Nieto. Producción y Edición: Fernando Epstein. Dirección de arte: Gonzalo Delgado. Con Pablo Riera, Martín Adjemián, Sergio Gorfain, Sofía Dabarca, Adriana Barbosa, Mauro de los santos, Federico Silva, Diego Torbay y Gabriel Pellejero. *
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