Homenaje al espíritu carnavalero
Un noble propósito que Ricagni explota desde la emotividad (lanzando toda su artillería al corazón del público) pero quizás olvidándose de redondear un desarrollo narrativo coherente. Es en este flanco, precisamente, donde la propuesta del cineasta compatriota ve debilitada la globalidad del producto. Una propuesta contaminada, en definitiva, por continuas larguezas y reiteraciones que terminan diluyendo todos los espacios de concentrada emotividad que el filme expone. Esos chispazos son diversos, por cierto (y por suerte).
A modo de ejemplo podría subrayarse al excepcional Jorge Esmoris en su estupenda recreación como sereno de depósito que termina convirtiéndose en maestro del pequeño aprendiz de negro jefe. A bordo de su excelente dicción y un psique du rol inobjetable, el líder de la Antimurga BCG se traga la pantalla en cada momento que aparece, logrando la fusión exacta entre realidad y fantasía. No menos reconfortante es la actuación del pequeño Matías Acuña que exhibe su desenfado a lo largo y ancho del filme o la prolija aparición del Canario Luna desempeñándose como pez en el agua frente a la cámara.
Pero todos estos componentes a lo que podríamos agregar una cuidadosa fotografía que sabe reflejar la colorida magia del murguero no alcanzan para remontar un largometraje de ritmo empantanado que se repite a sí mismo por falta de unas necesarias tijeras a la hora de editar. Una rigurosa (y saludable) autocrítica quizás hubiera suprimido diversos pasajes que insisten sobre lo ya dicho, sugerido y/o explicitado visualmente en más de una oportunidad logrando, de esta manera, mayor fluidez en el relato. Pero resulta evidente que Ricagni se enamora de las imágenes (algo similar le había ocurrido en El Chevrolé) y vuelve a ellas en forma recurrente aunque estén agotadas o vacías de contenido.
Es así que el pequeño diariero sale a trotar una y otra vez las calles del centro pregonando sus periódicos para retornar cíclicamente a su triple alfajor Portezuelo con Coca-Cola incluida en el boliche del Canario Luna luego de pasar por el ensayo de la Murga Conspiradores de ilusiones en un periplo sin fin.
De la misma manera, los diálogos se repiten en algunos conceptos básicos a la manera de melodrama mexicano («hay que estudiar; hay que ir a la escuela») dejando constancia, además, de algún que otro clisé como el de la amistad entre el simpático morenito y el pequeño judío de la mercería («el rusito») o la imagen del patrón duro «pero de corazón tierno» que termina rescatándose a sí mismo casi al finalizar la película. Lo más riesgoso, sin embargo, puede resultar el desenlace donde el director entrecruza fervor partidario con estética fílmica en un «final arriba» que tiende a convertirse, peligrosamente, en un panfleto más allá de la ideología política (a favor o en contra) que pueda tener un probable público receptor. Sin que dicho fervor deje de resultar respetable, cinematográficamente hablando es probable que el mencionado final abierto hubiera necesitado mayor nivel de sugerencia a la hora del cierre. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como dice Kesman.
A dios Momo. (Uruguay; 2005). Escrita y dirigida por Leo Ricagni. Con Jorge Esmoris, Martías Acuña y Washigton «Canario» Luna. *
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