Los olvidados (20): Antonio Llorens

La vanguardia histórica uruguaya, al contrario de la escuela torresgarciana, no ha tenido la repercusión, nacional e internacional, que merece por su imaginación innovadora.

Cuando Joaquín Torres García volvió a Montevideo en 1934, luego de 43 años de ausencia, con una formación indiscutiblemente europea, impregnada del neoplasticismo holandés (Mondrian, Van Doesburg) creyó, erróneamente, que la ciudad en que nació carecía de artistas válidos e informados. No admitió que la Escuela de Montevideo, como la designaron los porteños, había sido un bastión en la renovación artística local: los planistas acompasaron con su color vibrante y sus composiciones sintéticas el ritmo de la vida de los felices años veinte y después. Cuneo, de Arzadun, Petrona Viera, Pesce Castro, Laborde, entre otros muchos que ahora vuelven a resurgir, redescubiertos (Rivello, Sollazo), una generación vital y entusiasta que marcó el arte uruguayo con un sello identitario provisorio pero de largo alcance. Las enseñanzas torresgarcianas contribuyeron, sin duda, a la eclosión de la modernidad europea en el Rio de la Plata, pero tambien retrasaron, en su dogmatismo, la apertura a la auténtica modernidad. Es la que correspondería a la corriente del grupo Madí, un intento aglutinador de todos los lenguajes expresivos (arte, decoración, música, literatura, danza, fotografía, arquitectura) despojados de la sensibilidad romántica del maestro del universalismo constructivo.

El Arte Madí, creado en 1946, fue un movimiento típicamente ríoplatense al igual que sus co-fundadores, el argentino Gyula Kosice y el uruguayo Carmelo Arden Quin, autores del primer Manifiesto. Luego vinieron las escisiones. Un sector se aglutinó en torno a Kosice en Buenos Aires y otro, más amplio y perdurable hasta hoy, se fijó en París, capitaneado por Arden Quin.

Antonio Llorens (1920   1995), de rigen argentino pero naturalizado uruguayo, estudió dibujo y pintura en la Escuela Industrial de Montevideo con Guillermo Laborde, entre 1934 y 1937, para después seguir en el Círculo de Bellas Artes con José Cuneo, hasta 1942. Dedicado al dibujo publicitario y a todas las técnicas de artes gráficas, ejerció el dibujo arquitectónico, proyectó y ejecutó instalaciones comerciales, muebles e interiores, realizando stands para firmas comerciales, públicas y privadas, en la casi totalidad de exposiciones efectuadas en el país. Asiduo participante de los concursos de afiches, con éxito variado, fue profesor de dibujo artístico, lineal y comercial. Tenía los antecedentes necesarios para integrarse al grupo Madí y así lo hizo a fines de la década del 40. Participó en las muestras del grupo Madí (incluso en París, 1958) pero no se aisló a las tendencias similares del arte abstracto o no-figurativo. Así, desde 1952 aparece incorporado a las principales exhibiciones de los artistas renovadores (en particular, Costigliolo, María Freire, Lincoln Presno) y adhiere al Grupo 8 en 1961. Su pintura se modificó con el paso del tiempo. Se acercó al Op- Art, al relieve, a la decoración mural en edificios privados. Profesor (luego director) de la Escuela Nacional de Bellas Artes, dejó la impronta de un carácter cordial y dialogante.

La obra de Llorens, la fundamental, es poco conocida. Su dominio de la serigrafía, de acuerdo a la lección de Vasarely, en el campo de la expresión geométrica, no tuvo rival entre sus colegas uruguayos. En 1960 publicó una carpeta de diez serigrafías (edición de 100 ejemplares numerados y otros 15 ejemplares especiales numerados del I al XV) que constituye una visión acabada de su talento: a la indispensable precisión formal encadenó una poética de la geometría (en blanco y negro, en color) donde cada plano entra en contacto con los otros en una tensión dinámica de encuentros y desencuentros, de superficies curvas y rectas, de exaltación vital de cada composición. Esa carpeta es un punto culminante de Antonio Llorens y define la situación de la actividad artística del momento, ya a punto de cambiar. *