EL VIAJE HACIA EL MAR

Allá lejos y hace tiempo

En principio conviene hacer las salvedades del caso. No resulta conveniente minimizar el filme considerándolo, como decíamos, una simple traslación del texto que hizo célebre Juan José Morosoli, el autor de Los Tapes y Tierra y tiempo. Más allá de que existe cierta «literariedad» en la propuesta cinematográfica (co- guionada por Julio César Castro, por cierto), este Viaje hacia el mar posee su propia densidad lírica en el manejo de las imágenes y una preocupación por otorgar una sincera carnalidad a los personajes que aparecen en pantalla.

Road movie a la uruguaya

Es así que esta «road movie» a la uruguaya se desprende del tono épico que aparecía en Corazón de fuego para apostar a la recuperación de un tiempo (y una ingenuidad) perdida. La película se planta en 1963  según anuncia un calendario que registra la cámara  y relata la provinciana «aventura» de varios hombres que se lanzan a la carretera, en un camión algo desvencijado, para conocer el mar por primera vez. Quien haya leído el cuento habrá advertido que, si bien emblemática, la anécdota no es más que un pretexto para un sutil dibujo de personajes y el disfrute de unos diálogos de antología en uno de los mejores relatos de la literatura uruguaya.

Una idea que el largometraje también recupera (con alguna variante, claro está) a través de un viaje que se visualiza, a la vez, como fin y medio en su propuesta creativa.

La película de Guillermo Casanova recupera esa frescura inocente que aparece en el discurso literario, pero la puebla de imágenes, rostros y paisajes que reformulan legítimamente la originalidad del texto mientras la música de Jaime Roos le pone el exacto tono costumbrista que requiere el caso. Aquí, esos «vivientes» como llamaba Morosoli a sus criaturas para designar estos seres casi marginales con oficios que alcanzan apenas para sobrevivir, tienen una gestualidad propia y matizan la anécdota con sus microhistorias apenas percibidas.

El paraíso perdido

Pero lo más llamativo de El viaje hacia el mar quizás sea la recuperación de una frescura olvidada, la inocencia de un Uruguay antes de la dictadura que aparece en el canto a Mi bandera o en la despreocupada vida de balneario que los viajeros miran con asombro y sin envidia. Más allá de la melancolía obvia que genera la aparición de un ómnibus de ONDA para un espectador algo veterano, este particular viaje hacia el mar también puede suponer un recuerdo de lo mejor de la esencia uruguaya, esa etapa dorada que alguna vez supimos ser.

En este sentido, la película de Casanova impresiona como levemente romántica y provoca una lectura a flor de piel muy localista, en el mejor sentido del término.

Parafraseando otras producciones rioplatenses, podríamos decir que este tránsito hacia el descubrimiento  a pesar de su aparente inconmensurabilidad  es una «historia mínima» contada con el pudor y la humildad de quien no pretende otra cosa que pintar su aldea (lo que ya es mucho, en realidad).

Descontando algunas posibles larguezas, la narración cinematográfica de Casanova logra introducir al espectador en este paraíso perdido, por mérito propio. En el camino, algunas actuaciones (como la de César Troncoso, Julio Calcagno, el propio Julio César Castro aunque haga de Don Verídico sin proponérselo y hasta Hugo Arana que no desentona en absoluto a pesar de su «porteñez») logran la cuota justa de credibilidad y frescura para redondear una propuesta que merecería el espaldarazo del público. Que así sea. *

 

El viaje hacia el mar. Dirigida por Guillermo Casanova. Dirección actoral: Guillermo Ibalo. Música: Jaime Roos. Producción ejecutiva: Natacha López. Con Hugo Arana, César Troncoso, Julio César Castro, Diego Delgrossi, Julio Calcagno y Héctor Guido.

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