La «mama vieja», ícono del carnaval uruguayo y de una minoría negra postergada
Al compás del tamboril, los ojos pintados de azul brillante y el vestido amerengado, María Eva Silva avanza cimbreante en el Desfile de Llamadas en Montevideo: esta noche es una "mama vieja", ícono del carnaval de Uruguay pero también símbolo de la postergada minoría negra.
«Para mí desfilar como ‘mama vieja’ es un orgullo, una satisfacción», dice a la AFP esta empleada doméstica jubilada que todos los años participa en las Llamadas, la gran fiesta del candombe, el ritmo de los negros africanos llegados como esclavos al Río de la Plata en la época de la colonia.
Como muchas afrouruguayas que encarnan la «mama vieja», Silva comparte el origen humilde de este personaje que representa a las antiguas reinas africanas, las sabias del grupo, pero también a las esclavas que ejercían de nodrizas, cocineras y limpiadoras.
«Me siento identificada con ella como persona, como ser humano, por los problemas que uno ha pasado, las miserias, las privaciones», afirma.
En las Llamadas, las «mama viejas» rememoran el día libre que las esclavas tenían cada tanto para salir a la calle a acompañar los tambores. Sus patronas les prestaban ropa, collares y abanicos para la ocasión, que luego pasaron a formar parte de su traje típico.
Igual que en tiempos de la colonia
«Hoy somos las reinas, somos nuestras amas, nadie nos manda», dice Sylvia Rodríguez, una «mama vieja» de la comparsa Serenata Africana que es telefonista en el Palacio Legislativo (sede del Congreso nacional) y trabajó muchos años como limpiadora. «Es un día en el que te liberás, es la liberación del negro».
Un día de liberación para una minoría que constituye el 8% de la población de Uruguay y, pese a los avances, aún enfrenta desigualdades e injusticia social.
Los negros uruguayos duplican la tasa de pobreza y triplican la de indigencia respecto al resto de la población, según datos oficiales. El abandono y rezago escolar en esta comunidad también es mayor, lo que condiciona su ingreso en el mercado laboral. Las mujeres negras cargan con la doble discriminación de raza y género. Históricamente relegadas a las tareas del hogar, siguen segregadas a los sectores laborales menos calificados: casi una de cada cuatro mujeres negras ocupadas trabaja en el servicio doméstico, frente a una de cada seis blancas, según cifras de 2012.
«Seguimos con los mismos roles que en la época de la colonia», señala Tania Ramírez, del grupo Mizangas Mujeres Afrodescendientes.
Según esta ONG, las jóvenes negras asimilan un proyecto de vida que repite la historia de las generaciones anteriores: «Con 16 años, muchas desisten de estudiar porque entienden que de todas formas terminarán limpiando pisos», apunta Ramírez.
Tambores de cambio
Hacia el final del desfile el jueves, el primero de dos días de Llamadas cerca del Centro de Montevideo, los tamborileros de La Restauración, la comparsa de Silva, se despiden con un cierre atronador. Abanicándose, María Eva se ve exultante pese al cansancio. «Esto te da una energía, una alegría, ¡es increíble!», dice.
Su traje de «mama vieja» quedará guardado hasta el próximo febrero. Pero ella tiene otros proyectos que la mantendrán ocupada: a sus 72 años retomó los estudios primarios que debió abandonar de niña.
Su hija Ana Gabriela, bailarina de La Restauración, cuenta que creció entre las cuerdas de tender ropa que su madre lavaba para mantenerlos. «Siempre me decía que no era ninguna deshonra ser empleada doméstica pero que quería un futuro mejor para mí».
Con 46 años, es técnica en administración de empresas y trabaja en Pando, una ciudad a 32 kilómetros de Montevideo. Sus dos hijos cursan estudios terciarios. «El afrodescendiente se quiere superar, y esto del género y equidad también te incentiva mucho a no estar siempre buscando trabajo en el servicio doméstico», señala.
Ana Karina Moreira, asesora del gubernamental Instituto Nacional de Mujeres, destaca la implementación de varias políticas públicas para la población negra, como la creación del Departamento de Mujeres Afrodescendientes y una ley de 2013 que destina el 8% de las vacantes en organismos estatales a miembros de esta minoría y prevé becas para su educación.
Como afrodescendiente, sin embargo, Moreira advierte que aún queda mucho por hacer.
Su madre fue cocinera, una de sus abuelas fue empleada doméstica y la otra trabajadora rural. Esta psicóloga de 40 años reconoce con «profundo respeto» que todo lo que logró se lo debe a ellas. Pero su generación y la siguiente «aún no han revertido la realidad como para decir que ya pasó», asegura. AFP
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