Ernesto Cardenal, Premio Reina Sofía
A los 87 años, después de ser un referente literario para la lengua española, de haber defendido las causas más justas de su tiempo y demostrar que la fe católica bien puede ir de la mano con las revoluciones, a Ernesto Cardenal no le hacen falta los premios o reconocimientos. Sin embargo le llegan, tal vez como meros pretextos para que los amigos, lectores y admiradores de su poesía, se permitan regresar otra vez a libros como Epigrama , Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, El estrecho dudoso, Homenaje a los indios americanos, Salmos, Los ovnis de oro, Telescopio en la noche oscura, La vida perdida y Canto Cósmico, con los cuales se incluye en la corriente poética conocida como exteriorismo.
Este jueves 3 de mayo el escritor nicaragüense recibió con humilde asombro y agrado la noticia que lo nombró como nuevo Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, uno de los más importantes de la lengua española. Así, se rompe la ley silenciosa de alternar un poeta latinoamericano y otro ibérico, pues en 2011 fue de la cubana Fina García Marruz el reconocido galardón. Resulta, además, el primer centroamericano que se distingue con tal reconocimiento.
Bien cumple la obra de Cardenal la condición de entregar relevantes aportes al patrimonio cultural de Iberoamérica y España. Por ello ha sido propuesto también para Premio Nobel de Literatura 2010, ha sido finalista del Premio Cervantes y mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Pero, según ha declarado en múltiples entrevistas, nada de esto le molesta ni le quita el sueño. Más bien, no va con su carácter.
Nacido en Granada, Nicaragua, en 1925, Cardenal supo conjugar con coherencia sus tres vocaciones: la poesía, la fe religiosa y el espíritu revolucionario. “En realidad para mí las tres han sido como una sola. Mi vocación natural ha sido la de poeta, pues con ella nací, y hacía versos desde mi infancia. En mi juventud fui muy enamorado, amaba muchísimo a las muchachas, y mi sed insaciable de amor y de belleza fue lo que me llevó a Dios. Mi conversión a la vida religiosa fue a los 31 años y mi sacerdocio hasta algo después.
Entré a un monasterio trapense en Estados Unidos, donde dio la casualidad que mi Maestro de Novicios fue el místico norteamericano Thomas Merton. En la formación religiosa que él me dio me hizo ver que el contemplativo no debía ser indiferente a los problemas sociales y políticos de su pueblo. Y así fue que la conversión a Dios me llevo después a una conversión a la revolución.
Después que salí del monasterio, cuando visité Cuba en 1970 tuve lo que yo he llamado mi segunda conversión, la conversión a la revolución. Primero fue el descubrimiento de que el marxismo era bueno, por las grandes transformaciones que había hecho en Cuba, aunque pensaba que yo no podía ser marxista porque el marxismo era ateo. Poco después surgió la teología de la liberación que me hizo ver que el ateísmo no era elemento indispensable del marxismo, y que se podía ser marxista sin ser ateo, y que no había contradicción entre el marxismo y cristianismo”, declaró en una entrevista publicada en 2004.
Su primer poema lo escribió a los siete años y desde entonces la creación ha fluido ininterrumpida. Estudió literatura en México y en Nueva York y luego se ordenó como sacerdote, en 1965. Todo esto unido a las ideas políticas que lo hicieron parte de la resistencia contra la dictadura de los Somoza (1937-1979) y miembro del Frente Sandinista de Liberación Farabundo Martí.
En la actualidad su principal ocupación es escribir, “cuando llega la inspiración”, aclara. Mientras tanto lee y apadrina un taller de poesía para niños con cáncer, y ya no frecuenta con la misma asiduidad los lugares públicos.
Sus obras han sido publicadas en 20 idiomas y en más de 200 ediciones y guardan la magia de saber unir la mística y la épica, la cotidianidad y la denuncia social, retratar los misterios espirituales de la vida moderna.
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