Popocatépetl e Iztaccíhuatl

De amor y de guerra: las fascinantes leyendas de la «Montaña que humea», que tiene en alerta a medio México

El Popo y el Ixtla, leyenda

En torno a la «Motaña que humea», volcán que tiene en alerta al centro de México, se han tejido historias como la del guerrero Popocatépetl, que lamenta la muerte de su amada Iztaccíhuatl, e incluso la de un triángulo pasional entre los colosos «Don Goyo», «Rosita» y «La Malinche».

La historia de Xalitzintla, pueblo de unos 2.200 habitantes del estado de Puebla y emplazado a 12 kilómetros del volcán Popocatépetl, que en lengua náhuatl significa «montaña que humea», ha estado marcada por el coloso de 5.452 metros que en 1994 se reactivó tras dormir la mayor parte del siglo XX.

Desde la noche del 16 de abril, Xalitzintla y los poblados vecinos viven en alerta «amarilla fase tres», la antesala de la «alerta roja fase uno», que implica la evacuación.

Gregorio Chino Popocatépetl

Antonio Analco, de unos 50 años y propietario de una pequeña tienda, se presenta como el «tempero» del pueblo, una suerte de sacerdote que dice haber heredado de su padre la facultad de comunicarse con el volcán en sueños.

«Se me apareció un señor de cabello blanco en sueños y me dijo: ‘Me llamo Gregorio Chino Popocatépetl'», narraba el primer «tempero», según ha declarado su hijo durante años.

Pero otros vecinos, como Silvestre Hernández, aseguran que el apelativo de «Don Gregorio» o su diminutivo «Don Goyo», con los que los locales aluden al volcán, vienen desde mucho tiempo antes de que existieran los «temperos».

Éstos, dice Hernández a la AFP, «se autonombran solitos y han hecho de ‘Don Goyo’ un negocio».

«¿Cuánto me va a pagar por la entrevista? Porque mis palabras cuestan», responde Analco a la solicitud de contar las leyendas del coloso.

La mayor fiesta e honor al volcán, cuenta Guadalupe de Hernández, es el 12 de marzo, el día de San Gregorio Magno.

«Sube mucha gente, le lleva flores, ropa, animales, frutas, granos… Suben hasta el ombligo (cráter) de Don Goyo. Ahí le dejan todo, para festejarlo por su santo», comenta la mujer mientras señala la cúspide.

Su esposo muestra fotografías de una roca cercana al «ombligo». «Ahí están enterrados los cordones umbilicales de mis hijos varones. Los subí con mi suegro, como se hacia antes en el pueblo, para que la montaña los reconociera y no les hiciera daño», narra orgulloso.

Otra celebración es el 30 de agosto, «porque es el santo de la Rosita, como le decimos al Iztaccíhuatl, o la ‘mujer blanca'», añade Guadalupe al referirse al volcán vecino, de 5.280 metros de altura y ya extinto pero cuyo conjunto de cráteres asemeja una forma femenina recostada.

Amores tristes y pasiones turbias

Los pobladores han dotado de alma a las majestuosas montañas, al grado de urdir una trama pasional entre el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y otros dos volcanes localizados en el mismo eje y que se observan desde las afueras del pueblo: La Malinche, con forma de mujer, y el Pico de Orizaba, la cumbre más alta de México.

«La Rosita es la novia de Don Goyo, pero como ella siempre está dormida, pues se va con La Malinche, que también tiene amores con el Pico de Orizaba. Y en la antigüedad, el ‘Pico’ y el ‘Popo’ se lanzaban piedras incandescentes por La Malinche, y el ‘Izta’ ni cuenta se daba, siempre dormida», cuenta Don Silvestre.

Julia Flores, de 30 años, prefiere la leyenda prehispánica del trágico amor entre un valiente guerrero y la hija de un gran señor azteca.

«Popocatépetl estaba enamorado de Iztaccíhuatl, pero al papá de ella no le gustaba ese romance y a él lo mandó a la guerra para que muriera. Pero el Popo era valiente y regresó vencedor. El papá de ‘Izta’, al saberlo, le dijo a su hija que su amado había muerto y ella murió de tristeza», relata Flores.

La leyenda concluye con un desgarrado Popocatépetl que lleva el cuerpo de Iztaccíhuatl a una montaña y, de rodillas y con la cabeza gacha, lamenta su muerte hasta que ambos quedan cubiertos por nieves perennes.

En la iglesia del pueblo, Atilano Hernández, un ordenanza del templo de 27 años, barre la ceniza volcánica que se acumula hora tras hora y está pendiente de por si le ordenen tocar las campanas para avisar de la evacuación.

«Para mí eso no es ni Don Goyo, ni un guerrero. Es un volcán activo que nos amenaza. Lo que me preocupa es que, si desalojan, me tendré que quedar aquí cuidando que no se roben las cosas de la iglesia», dice con una mezcla de fastidio y resignación.En torno a la «Motaña que humea», volcán que tiene en alerta al centro de México, se han tejido historias como la del guerrero Popocatépetl, que lamenta la muerte de su amada Iztaccíhuatl, e incluso la de un triángulo pasional entre los colosos «Don Goyo», «Rosita» y «La Malinche».

La historia de Xalitzintla, pueblo de unos 2.200 habitantes del estado de Puebla y emplazado a 12 kilómetros del volcán Popocatépetl, que en lengua náhuatl significa «montaña que humea», ha estado marcada por el coloso de 5.452 metros que en 1994 se reactivó tras dormir la mayor parte del siglo XX.

Desde la noche del 16 de abril, Xalitzintla y los poblados vecinos viven en alerta «amarilla fase tres», la antesala de la «alerta roja fase uno», que implica la evacuación.

–Gregorio Chino Popocatépetl–

Antonio Analco, de unos 50 años y propietario de una pequeña tienda, se presenta como el «tempero» del pueblo, una suerte de sacerdote que dice haber heredado de su padre la facultad de comunicarse con el volcán en sueños.

«Se me apareció un señor de cabello blanco en sueños y me dijo: ‘Me llamo Gregorio Chino Popocatépetl'», narraba el primer «tempero», según ha declarado su hijo durante años.

Pero otros vecinos, como Silvestre Hernández, aseguran que el apelativo de «Don Gregorio» o su diminutivo «Don Goyo», con los que los locales aluden al volcán, vienen desde mucho tiempo antes de que existieran los «temperos».

Éstos, dice Hernández a la AFP, «se autonombran solitos y han hecho de ‘Don Goyo’ un negocio».

«¿Cuánto me va a pagar por la entrevista? Porque mis palabras cuestan», responde Analco a la solicitud de contar las leyendas del coloso.

La mayor fiesta e honor al volcán, cuenta Guadalupe de Hernández, es el 12 de marzo, el día de San Gregorio Magno.

«Sube mucha gente, le lleva flores, ropa, animales, frutas, granos… Suben hasta el ombligo (cráter) de Don Goyo. Ahí le dejan todo, para festejarlo por su santo», comenta la mujer mientras señala la cúspide.

Su esposo muestra fotografías de una roca cercana al «ombligo». «Ahí están enterrados los cordones umbilicales de mis hijos varones. Los subí con mi suegro, como se hacia antes en el pueblo, para que la montaña los reconociera y no les hiciera daño», narra orgulloso.

Otra celebración es el 30 de agosto, «porque es el santo de la Rosita, como le decimos al Iztaccíhuatl, o la ‘mujer blanca'», añade Guadalupe al referirse al volcán vecino, de 5.280 metros de altura y ya extinto pero cuyo conjunto de cráteres asemeja una forma femenina recostada.

–Amores tristes y pasiones turbias–

Los pobladores han dotado de alma a las majestuosas montañas, al grado de urdir una trama pasional entre el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y otros dos volcanes localizados en el mismo eje y que se observan desde las afueras del pueblo: La Malinche, con forma de mujer, y el Pico de Orizaba, la cumbre más alta de México.

«La Rosita es la novia de Don Goyo, pero como ella siempre está dormida, pues se va con La Malinche, que también tiene amores con el Pico de Orizaba. Y en la antigüedad, el ‘Pico’ y el ‘Popo’ se lanzaban piedras incandescentes por La Malinche, y el ‘Izta’ ni cuenta se daba, siempre dormida», cuenta Don Silvestre.

Julia Flores, de 30 años, prefiere la leyenda prehispánica del trágico amor entre un valiente guerrero y la hija de un gran señor azteca.

«Popocatépetl estaba enamorado de Iztaccíhuatl, pero al papá de ella no le gustaba ese romance y a él lo mandó a la guerra para que muriera. Pero el Popo era valiente y regresó vencedor. El papá de ‘Izta’, al saberlo, le dijo a su hija que su amado había muerto y ella murió de tristeza», relata Flores.

La leyenda concluye con un desgarrado Popocatépetl que lleva el cuerpo de Iztaccíhuatl a una montaña y, de rodillas y con la cabeza gacha, lamenta su muerte hasta que ambos quedan cubiertos por nieves perennes.

En la iglesia del pueblo, Atilano Hernández, un ordenanza del templo de 27 años, barre la ceniza volcánica que se acumula hora tras hora y está pendiente de por si le ordenen tocar las campanas para avisar de la evacuación.

«Para mí eso no es ni Don Goyo, ni un guerrero. Es un volcán activo que nos amenaza. Lo que me preocupa es que, si desalojan, me tendré que quedar aquí cuidando que no se roben las cosas de la iglesia», dice con una mezcla de fastidio y resignación.

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