Una multitud desbordó la Feria del Libro de Buenos Aires para ver y escuchar a Eduardo Galeano
Y los días se echaron a caminar… y la voz de Eduardo Galeano, una especie de chamán, ejerció a todas luces una fuerza hipnótica entre los fieles lectores que lo acompañaron en la Sala José Hernández. Imposible calcular cuántas personas se quedaron afuera. Lo escucharon, mano a mano, más de 700 personas. Pero quizás unas dos mil se desparramaron en la puerta del auditorio principal de la Feria –resistiendo el frío de la noche del sábado– y en otra de las salas –la Borges–, donde se proyectó la narración de varias de las efemérides que integran su último libro, Los hijos de los días (Siglo XXI). El fenómeno comenzó temprano, mucho antes de que el autor uruguayo, una de las visitas más esperadas de esta 38ª edición, se presentara. Apenas La Rural abrió sus puertas, la fila empezó a crecer, cuando la levadura de la esperanza de ingresar parecía garantizada para todos. Los breves relatos, misceláneas punzantes sobre la desigualdad, el hambre, el racismo, el derecho humano a la información, los “miedos” de comunicación, los desaparecidos y los niños robados, el medio ambiente y derroteros diversos de la civilización resonaron como si el pasado, el presente y el futuro fueran un tiempo siempre igual a sí mismo.
Un pequeño trabajo zoológico que se le ocurrió, sobre unos bichitos que se llaman sanguijuelas, “uno de los principales productos de importación de los países europeos”, fue el prólogo de una dedicatoria muy ovacionada. “Aprovecho esta lectura para mandar un abrazo de muchos brazos a los pobladores de Famatina, Tinogasta, Andalgalá y otros que no se dejan engañar con los cuentos de las sanguijuelas modernas, que te venden buena salud mientras te acompañan al cementerio”, dijo Galeano, manifestando su apoyo a quienes están resistiendo la minería a cielo abierto.
“Y los días se echaron a caminar. Y ellos, los días, nos hicieron. Y así fuimos nacidos nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida. Y si nosotros somos hijos de los días, nada tiene de raro que de cada día brote una historia. Porque los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Y ahora les voy a contar algunas de esas historias nacidas de los días.” Así arrancó Galeano, sentadito en un sillón que agigantaba su figura y rubricaba el conjuro de una intimidad expansiva, con unos papeles en la mano que casi no leía, como si tuviera inscripta cada una de sus palabras en los labios. Como si fuera un narrador oral o un cuentacuentos. Un mismo día, el 8 de octubre, le permitió afilar la cuchilla de la reflexión en torno de aquellas figuras que se niegan a menudear los derroteros de la humanidad. “En 1967 se acorraló al Che Guevara en Bolivia; en 1919, Emiliano Zapata fue acribillado en México; y en 1934 mataron a Augusto Sandino en Nicaragua. Los tres compartieron el mapa y el tiempo, y fueron castigados por negarse a repetir la historia”, recordó. De pronto su voz se perdió. El micrófono y el sonido se trenzaron en una confabulación para romper la magia. Cuando se solucionó el problema, el escritor y periodista insufló una dosis de humor al mal trago sonoro: “Este es el micrófono que yo quería porque mejora las palabras, la calidad del texto”.
Uno de los momentos más celebrados fue cuando el autor de Las venas abiertas de América latina eligió, de ese calendario bisiesto –una historia por cada día– que conforma su último libro, contar el 11 de abril, sobre “los miedos de comunicación”. “En el día de hoy, en el año 2002, un golpe de Estado convirtió al presidente de los empresarios en presidente de Venezuela. Poco le duró la gloria. Un par de días después, los venezolanos volcados a las calles restituyeron al presidente elegido por sus votos. Las grandes televisoras y las radios de mayor difusión de Venezuela habían celebrado el golpe, pero no se enteraron de que la pueblada había devuelto a Hugo Chávez a su legítimo lugar. Por tratarse de una noticia desagradable, los medios de comunicación no la comunicaron.”
Para comprobar si el hechizo operaba a la perfección, exceptuando el inconveniente previo con el sonido, el escritor preguntó: “¿Lo que digo sale alindado por el micrófono como me dijeron?”. Después de la ratificación del público, Galeano bromeó: “La tecnología hace milagros”. Y nuevamente echó a rodar esas frases cortas, pulidas de adjetivos, certeras y concretas. Dardos que dan en el blanco. “Si la naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado”, subrayó con ese tono solemne que buscaba enfatizar el remate contrario: la carcajada. “¿No será que el hambre de los pobres sacia nuestro apetito y su desnudez es la que nos viste?”, preguntó. No hubo ni la más mínima chance de sonreír, como si el interrogante temblara ante las posibles respuestas. En el catálogo del narrador uruguayo, la cinta de la historia es rebobinada bajo el microscopio despiadado de una oralidad que intensifica los tópicos y sujetos interpelados. También leyó las efemérides en las que alude al secuestro de niños como botín de guerra. “La dictadura argentina robó más de 500 niños, pero mucho más niños robó la democracia australiana, con permiso de la ley y aplauso del público”, afirmó el autor de El libro de los abrazos y Espejos, entre otros títulos. “La dictadura franquista dictó orden de olvidar: robó a los niños y robó la memoria”, agregó. Y recordó, además, a Macarena Gelman, la nieta del poeta, una de las víctimas del plan Cóndor, “un mercado común del terror de las dictaduras latinoamericanas”.
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