A un año de la desaparición física de la gran actriz y directora uruguaya María Azambuya
María querida:
Te fuiste de gira, dicen. Algunos aseguran que estás de tránsito al Olimpo, y que una vez allí fundarás otro Teatro junto al Chino, a Moretti, a Nelly Goitiño, al Cholo Loureiro y a todos tus compañeros entrañables de los que siempre contabas anécdotas con un brillo de nostalgia en tus ojos. Estarás alegre, gritona, sonriente. Con tu voz dulce, tierna, potente, como eras siempre.
Dicen que estás recitándole poesías de Brecht a los dioses y buscando a Lorca entre las locas del cielo. Estos días han sido muy duros. No alcanzan los sollozos para expresar lo que sentimos. Este Galpón que tanto querías, por el que diste tantos años de tu vida, está muy triste y le cuesta entender lo que nos sucedió. Nos quedó un vacío, un hueco irreparable. Nos queda un silencio recio, un silencio que grita. Un silencio que duele.
Montevideo te despidió con un aplauso, pero no tuvimos fuerzas para aplaudir, las lágrimas no lo permitieron. Nos dejaste tantas cosas, tanto teatro en las células. Es muy difícil concentrar en unas pocas líneas lo que significa la ausencia de María en nuestra vida personal, ni que hablar lo que significa su pérdida para El Galpón y para la cultura del país. Lo peor de la muerte viene después, cuando empiezan a anularse los recuerdos y uno se desespera para no olvidar, porque eso es la muerte realmente, olvido. María nos enseñó casi todo lo que sabemos y su generosidad fue inmensa. De María aprendimos a crear en permanente alegría, a ser actores integrales, pero ante todo a intentar ser buena gente arriba y abajo del escenario. María nos abrazó bajo su ala inmediatamente, nos hizo sentir seguros, valiosos, talentosos. En aquella época le decíamos «Mamá María». Una de las cosas más bellas que nos enseñó en el día a día fue a querernos entre nosotros, a cuidarnos como compañeros, a ser un equipo, siempre.
Crear con ella era de lo mejor, jamás cortaba una idea, la estimulaba, creo que las mejores cosas que hicimos fueron en sus clases. Ella decía que era dichosa porque todos sus alumnos le hacían todos los días obras de arte para ella sola. Y realmente eran obras de arte, uno podía crear la maravilla en aquel ámbito que ella generaba. Después fuimos creciendo y empezamos a vivirla como compañera, como integrante, como militante. Una mujer brillante, inteligente hasta la médula, siempre usaba su cuadernito, en las clases, en las Asambleas.
Anotaba las ideas, las acomodaba y cuando le tocaba el turno esas palabras salían del papel a su boca hechas vida, sangre, lucha. Sus palabras siempre eran esclarecedoras, aunque no estuvieras de acuerdo, te ponías en un lugar distinto más firme, más limpio después de escucharla. Compartir después el escenario fue otra cosa…su disciplina, su concentración eran envidiables, vivía los personajes desde el primer momento.
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