"Acá el amor se ve"

Apenas pudo volvió a su trabajo de voluntario en la fundación. Ignacio Padrón, más conocido como Nacho, hoy tiene 24 años pero ya a los 15 ayudaba en un comedor para niños. Su vocación de servicio es también una escuela de la vida. Aprendió del silencio de los que sufren y de la milagrosa voluntad de vivir que puede guardar el ser humano. Un día vio por televisión cómo un niño ponía simbólicamente la primera piedra de lo que entonces era apenas el proyecto Teletón. Su madre se decidió a donar $ 500 pero él le dijo que con eso no alcanzaba. Así se transformó en uno de los primeros postulantes a voluntarios.

«Tuve dos entrevistas con los técnicos, tenía tantas ganas que la Teletón empezaba a funcionar en mayo y yo ya me presenté en febrero», contó Nacho en diálogo con LA REPÚBLICA. Por esas ganas apenas la fundación abrió sus puertas, el 4 de mayo, lo llamaron. «Siempre tuve esa necesidad dentro de mí», explica con sencillez. Al principio no sabía cuánto tiempo lo iba a hacer, hoy hace seis años y no se imagina la vida sin esa tarea. En realidad ha pasado por todos los puestos de la Teletón, desde atender el teléfono a trabajar en la piscina de rehabilitación, desde limpiar un piso a tareas administrativas. Ahora está en la cocina.

Nacho conoció otra Teletón, no la que ahora sale en todos lo canales y todos conocen, vivió la Teletón que empezó casi desde cero. «En los inicios había que remarla, en todo estos años hubo un cambio notable, cada vez hay más gente colaborando, ahora somos cinco veces más. Empezamos cuarenta y ahora somos 180 y la gente que colabora con dinero cada vez es más también. Así esto crece cada año».

Estudió liceo, y administración en la UTU. Lo hizo en la noche para no faltar a su compromiso con la fundación. Si bien Nacho cumple con la filosofía de no crear falsas expectativas en los internos, sino de dar fuerzas para que estos luchen por salir adelante, ha tenido gratificaciones inolvidables. Una de ellas fue con un joven de 17 años que llegó desde Artigas.

«No había expectativa de que se recuperara, los médicos pensaban que nunca se iba a poder sentar, que iba a estar el resto de su vida en la camilla. El era grandecito y no quería que lo bañaran mujeres. Yo entonces era uno de los pocos hombres que trabajábamos acá, y tuve que bañarlo durante tres meses. Al principio no me hablaban ni él ni la madre, me trataban mal. Yo los entendí, entendí toda esa bronca y angustia que tenían con la vida. Fue maravilloso porque con el tiempo creamos una amistad impresionante, eso me marcó mucho para seguir adelante. Decían que iba estar en camilla toda la vida, y cuando se fue estaba sentado en una silla de ruedas, movía los brazos, se ponía el buzo solo. Cuando nos despedimos lloramos juntos». Hace poco Nacho conoció la angustia de una enfermedad grave. «Fue un tumor en el bazo, me causaba mucho dolor. Me internaron y me sacaron el bazo y sin querer me tocaron el páncreas e hice una pancreatitis. Estuve al borde de la muerte. Pero acá aprendí que esto no es de pensar, es de esperar y yo esperé», cuenta. Estuvo dos días muriéndose, como él dice, pero «los voluntarios somos personas muy positivas y eso me sacó adelante», asegura.

Nacho cree en Dios, pero esto para él va mucho más allá. «Acá no hablamos de religión, acá el amor se ve haciendo las cosas. Los voluntarios damos mucho amor pero recibimos más del que damos». Vaya si Nacho se lo tiene merecido.

 

FRASES

* «Decían que iba estar en camilla toda la vida, y cuando se fue estaba sentado en una silla de ruedas, movía los brazos, se ponía el buzo solo. Cuando nos despedimos lloramos juntos».

 

* «Estuve al borde de la muerte. Pero acá aprendí que esto no es de pensar, es de esperar y yo esperé. Hoy estoy acá, con estos niños y soy el hombre más feliz del mundo».

 

* «En los inicios había que remarla, en todo estos años hubo un cambio notable, cada vez hay más gente colaborando, ahora somos cinco veces más. Empezamos cuarenta y ahora somos 180″.