Belo Monte y depredadores amenazan tortugas amazónicas
El brasileño Luiz Cardoso da Costa se horrorizó al ver al pez-buey amazónico, grande y dócil, sangrando por la cuchillada que le había asestado, pero tragando con avidez una planta de capín, como si comer le evitara la muerte.
No se esperaba una agonía tan dramática. Y por ella renunció definitivamente a la caza de esta especie de manatí (Trichechus inunguis).
Había elegido el cuchillo buscando el corazón, pues le parecía demasiado cruel el método usual: meter varillas en las narices para asfixiar a este mamífero acuático que llega a pesar media tonelada de carne, grasa y cuero, muy valorados en el mercado ilegal.
Pero Da Costa dejó de ser «el gran depredador» que admite haber sido, cuando asistió al embarque de «unas 800 tortugas» destinadas a Manaus, la metrópoli central de la Amazonia, en el extremo noroeste de Brasil. En esa ocasión, hace 13 años, vendió «solo unas 20″, pero aquella cantidad concentrada de quelonios muertos lo sacudió.
Su conversión fue radical. Hoy es el alma de la protección ambiental del Tabuleiro do Embaubal, un conjunto de más de 100 islas en el tramo final del río Xingú, en la Amazonia oriental, cuyas playas son la principal área remanente conocida para la reproducción de las tortugas amazónicas.
Miles de hembras se juntan aquí en setiembre y octubre, especialmente en la playa de Juncal, para excavar la arena, arrojándola al aire, poner sus huevos, tapar el nido y volver al río. El espectáculo del desove, con arenas que saltan y multitud de grandes quelonios, algún día atraerá a muchos turistas, espera Saloma Mendes de Oliveira, secretaria de Medio Ambiente del municipio Senador José Porfírio, en cuyo territorio se encuentra el Tabuleiro. Será una fuente de recursos y de adhesión popular a la defensa de la naturaleza local, sostiene.
Por ahora, la aglomeración de tortugas las hace vulnerables a los cazadores, que insisten en aprovechar los buenos precios de la carne y los huevos de quelonios, aunque extraerlos de la naturaleza sea un delito ambiental que se castiga con pesadas multas y hasta con cárcel en algunos casos.
Por eso en el «verano», como los amazónicos denominan el período de estiaje entre junio y noviembre, se busca intensificar el control de las playas. Desde setiembre, Da Costa cuenta con 20 colegas para vigilarlas. Son personas contratadas por la empresa ambiental Biota, producto de un acuerdo entre la alcaldía de senador José Porfírio y Consórcio Norte Energia, la empresa que ganó la concesión de la central hidroeléctrica de Belo Monte y tiene la responsabilidad de vigilar y mitigar los impactos que causen las dos represas que construirá. Son controvertidos los efectos que tendrá el mayor proyecto energético de la Amazonia, cuya potencia total de 11.233 megavatios se limitará a 40 por ciento de generación efectiva, en promedio, por la fuerte variación del caudal del río Xingú.
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