"Lo que tenía que pagar no era derecho de piso: pagaba el derecho de existir"
Ser trans es una condición que puede cortar muchos caminos. Michelle Suárez Bértora decidió hacer caso omiso de ello y sentó un precedente en una sociedad como la nuestra que, muchas veces, peca de tradicionalista.
-¿Cómo fue el proceso de aceptar tu identidad?
-Yo siempre supe; no sabía cómo nombrarlo. Me sentía una mujer. No a partir de la adolescencia: desde que nací. Desde que sos muy chica empezás a entender que es algo que no está bien visto. Y hay que ocultarlo. Me animé a exteriorizarlo a los quince, pero en realidad es un proceso que me acompañó siempre. Tuve la tranquilidad de que nunca me cuestioné que no era normal. Siempre me sentí totalmente plena, igual que las demás mujeres, por lo menos en mi cuestión personal, porque en realidad «trans» es un término muy amplio que no necesariamente te identifica con una mujer. Abarca travestis, transexuales y transgénero.
El momento de exteriorizarlo fue muy bien recibido y mi familia me acompañó. No así mis pares, que convirtieron mis últimos años de liceo en un infierno. Fue muy difícil, pero ya es una etapa superada.
-Así que tu familia te apoyó.
-Absolutamente. En realidad el temor más grande no era mi identidad sexual, sino las reacciones que iba a tener que enfrentar al manifestarla. Me acuerdo que la pregunta de mi madre fue si yo realmente estaba segura de la decisión que estaba tomando. Le dije que sí y me enfrenté a las situaciones que tuve que soportar, que fueron mucho más profundas de lo que pensé.
-¿En el liceo tuviste problemas en la parte académica?
-Fue al revés. Me refugié más en el estudio cuando tuve tantos problemas. Con los docentes nunca tuve ninguno, y con el aparato administrativo tampoco. Sí sufrí la invisibilización.
-¿Por qué elegiste Derecho?
-Fue una vocación que tenía desde que era muy chica. En aquel entonces nunca me cuestioné la razón. A través de la carrera, cuando ya estaba en la Facultad de Derecho, me empecé a dar cuenta: tiene que ver con que los abogados cumplimos un rol, que es el de igualar circunstancias. El Derecho trata de que aquellas personas que tienen desigualdades económicas, sociales, culturales, ante la aplicación de la norma estén en pie de igualdad. Por otro lado, el propio sistema judicial no funciona sin un abogado. Desde ese lugar se puede hacer mucho, principalmente si a su vez, como en mi caso, lo complementamos con el activismo.
-¿Cómo te describirías como estudiante?
-Las personas son una unidad. Creo que tuve muchos rasgos que tengo en general en mi vida. Soy muy aplicada. Por lo general tomo responsabilidad por mis actos y trato de ser consecuente con mi pensamiento. Y era un poco y lo sigo siendo- cuestionadora de dogmas. El propio hecho de que eligiera esa carrera era de por sí un cuestionamiento a montones de clichés.
-Durante tu trayecto por la facultad, ¿te cerraron puertas?
-Hubo de todo. Sí hubo discriminación, por supuesto. Por parte de mis compañeros, no demasiada. Yo siempre explico que fue así por varios factores. No creo que sea porque cambie la sociedad de un momento para otro porque se entre a la facultad. Lo que sí pasaba era que está masificada, entonces muchísimos de los problemas se invisibilizan. Las personas a las que les molesta tu identidad sexual no se te van a acercar, y las que no tienen ningún problema lo van a hacer sin ningún inconveniente. Donde sí podés encontrar el rechazo es en el plantel de docentes, que fue lo que me pasó a mí.
-¿Qué te sucedió?
-En segundo tuve un profesor de Derechos Humanos, que además tiene un largo currículum de activismo, incluso en la ONU. En su momento me invita, a través de su equipo docente, a que no vaya más a las clases, ya que no me iban a corregir los trabajos ni a tomar exámenes.
-¿Con qué argumento?
-Mi identidad sexual. El equipo docente en realidad no tenía muchos deseos de decirlo, entonces lo sugirió. Después de eso lo que ocurrió fue que, como yo no dije nada pero seguí concurriendo, directamente lo hizo él. En ese momento se recurrió al CED (Centro de Estudiantes de Derecho), que lo citó. El no se presentó en reiteradas ocasiones, y posteriormente el único camino que quedaba era ir al Consejo (de la Facultad de Derecho). Las autoridades que había en ese momento no son las actuales, que conmigo por lo menos, y creo que con toda esta temática, han sido extremadamente sensibles. Pero las de aquel momento no eran muy abiertas. Por lo tanto, decidí plantear el problema en otra cátedra, en la que se me recibió de brazos abiertos. Cursé la materia con otro profesor y sorteé el obstáculo.
-¿Fue la única vez que te ocurrió algo así?
-Hubo casos en los que me di cuenta de la incomodidad de ciertos docentes conmigo, y con el trabajo arduo del día a día me iba ganando su respeto. Más allá de que no creo que yo les haya cambiado la óptica, o que dejaran de ser transfóbicos, con mi caso se dieron cuenta de que los estereotipos que tenían en su mente no tienen que ser así. Yo no iba a pasear: iba a estudiar y me lo tomaba en serio. Después, la discriminación más grande tiene que ver con el aparato institucional, porque no está hecho para amparar a las personas trans. Mientras yo no había cambiado mi identidad, soporté lo que dijera todo el mundo. Mucha gente abandona, y no sólo los estudios, sino la atención en Salud Pública, el liceo, hacer trámites en oficinas públicas. En mi caso, decidí no ceder espacios y no automarginarme, porque creo que me merecía poder estudiar y tener los mismos derechos que los demás. Tuve que soportar que se me llamara por lista diariamente, y tenía que levantar la mano y decir presente con mi nombre anterior. Iba a tomar un examen, que eran multitudinarios, pegaban un grito desde la puerta de un salón y yo tenía que arrimarme y todo el mundo sabía mi identidad sexual. Yo lo soporté, pero es una prueba muy dura pedir que todo el mundo lo haga. Comprendo que mientras la persona no modifique sus papeles es imposible que la escolaridad cambie, pero sí debería haber un mecanismo administrativo para que en las listas no se la llame de esa manera. Cuando cambié mi nombre, tampoco había un mecanismo institucionalizado para corregir la escolaridad, entonces tuve que hacer un proceso especial. Por astucia, lo que hice fue cortar camino. En vez de ir a bedelía y esperar que fueran a Decanato, pedí audiencia y fui directamente.
-¿Cuándo fue?
-Cuando me recibí, en el año 2009.
-O sea que hiciste toda la carrera con tu nombre anterior.
-Toda, hasta el último día. Entonces fui a Decanato, presenté mi documentación y argumenté la razón. Eso se trasladó a Jurídica de la Universidad donde accedieron a mi petitorio, no sólo de cambiar la escolaridad, sino de que mi título tuvieran el nombre de mi identidad actual. Finalmente fue al Consejo, se votó a favor y lo conseguí. Esto es un precedente, porque cuando yo lo hice no había ningún mecanismo preparado. Más allá de que descubrí empíricamente cuál era la vía que podía atravesar, y eso le puede servir a personas de otras carreras, porque fue un fallo de la Universidad y no de la facultad, sí habría que tomar nota de algunos problemas que las personas sufren, porque me parece muy injusto que haya otras que, cuando empiecen a atravesar el mismo camino que yo, tengan que padecer los mismos dolores.
-Debiste atravesar mojones que quienes no son trans no tienen que atravesar.
-Exactamente, porque era la única persona trans que estaba cursando. Después fui la única egresada, lamentablemente no sólo de la Facultad de Derecho, sino de la Universidad de la República, que es algo mucho más grave, porque significa que hay una gran exclusión. Además, ser trans te da una gran notoriedad. Era una situación bastante diferente, que te hacía vulnerable desde un punto de vista especial, que era revelar tu identidad de género, cuando en realidad, por más que a la larga tengas elaborado
todo un discurso y lo sepas asimilar, son cuestiones muy delicadas y dolorosas, heridas muy hondas.
Esto te obligaba a que los demás lo supieran y lo usaran «a piacere», y que vos en ningún caso tuvieras la oportunidad de discernir con quién querías manejar estos conceptos y con quién no.
-¿Tuviste algún momento en que dijiste «no puedo seguir»?
-Jamás. Sí, obviamente, hay momentos de contener el aliento. Situaciones indignantes, que te duelen, en las que no hay ningún mecanismo por el cual puedas efectivizar tus derechos. Pero nunca pensé en dejar.
-Mientras estudiabas, ¿trabajaste?
-En una etapa trabajé y en otra no. Los horarios que tenía eran casi irreconciliables con la facultad y entonces la hice, en gran parte, con la ayuda de mis padres, sin tener que trabajar.
-¿Se te complicó para conseguir empleo?
-Los trabajos que tuve eran con personas que me conocían a mí y a mi familia, entonces, más allá de mi identidad de género, esos estereotipos estaban sorteados. Después, cuando busqué empleo con mi identidad, sin hacer el cambio, era imposible conseguirlo. Es una exclusión absoluta, a tal punto que cuando cambié mi cédula inmediatamente envié un currículum y conseguí trabajo. Tiene que haber mecanismos para la inclusión laboral. Por ejemplo, la Intendencia de Montevideo desarrolló un sistema para que en todo concurso haya una cuota mínima de personas con discapacidad que obtengan cargos. Lo mismo podría pasar con personas trans.
No sólo es un tema laboral -que les den opciones diferentes al trabajo sexual-, sino que implicaría naturalizar situaciones para que empecemos a romper el estereotipo de la trans ejerciendo el comercio sexual. Ver una persona que trabaja como los demás, que anda de día, no sólo refugiada en las sombras de la noche, muestra que no es tan diferente a mí.
-¿No es también una cuestión de aceptar que hay gente diferente a uno?
-Es que parte de ahí. Existen tipos diferentes de femineidad y masculinidad, y todos son válidos. Más allá de las diferencias, todos somos seres humanos y debemos tener las posibilidades de efectivizar ciertos derechos. Lo que está sucediendo es que el 90% de las trans femeninas terminan en el trabajo sexual, porque no tienen oportunidades. Es una situación de extrema vulnerabilidad, y a eso se le junta no sólo todos los problemas que tiene de por sí el comercio sexual, desde enfermedades a violencia. No tienen acceso a la Policía o a la Justicia, por el trato que generalmente se les da, entonces son víctimas de robos o son golpeadas. A esto se le suma pobreza. Vamos sumando esferas de marginación y llegamos a situaciones dantescas.
-Además, en el común de la sociedad ya el hecho de ser trans tiene un juicio de valor: está cargado negativamente.
-Sí, lamentablemente. De mi caso, que rompo el estereotipo, hay muchas personas que pueden tener una visión muy positiva, como también hay otras y me pasaba cuando iba a cursar- que dicen: «¿Por qué está acá?». Lo que yo tenía que pagar no era un derecho de piso, como paga cualquier estudiante: lo que yo pagaba era el derecho de existir, que es una cosa mucho más profunda y que implicaba un enorme esfuerzo personal para continuar la lucha.
-Vos considerás que estás rompiendo estereotipos.
-Creo que sí. En realidad es como un granito de arena que puede ayudar a ello. Mi caso no sale de la nada: tal vez diez años atrás que yo egresara hubiera sido imposible. Hay un montón de organizaciones, como a la que pertenezco, Ovejas Negras, que hacen un movimiento muy profundo para que la diversidad sexual sea respetada. Actualmente ya no pasa desapercibido, como en mi adolescencia, que alguien diga que a los homosexuales hay que prenderlos fuego o matarlos. Hoy en día, quien lo dice es objeto de muchísimos cuestionamientos a nivel público. Que hubiera, mínimamente, opciones para que yo pudiera sortear los obstáculos y llegara a egresar implica que, lentamente, están ocurriendo cambios que hay que seguir apoyando, y uno de los grandes instrumentos que se tienen para abrir caminos en Uruguay es la Ley.
-¿Qué sentís al ser la primera trans que egresa de la Universidad?
-Tengo que confesar que la valorización de un punto de vista más político recién la tomé cuando egresé. Antes nunca percibí la importancia que podía tener, hasta que tomé la decisión de perder el confort del anonimato y hacer pública esta situación. Me empecé a dar cuenta de la relevancia en la calle. Señoras de 70 años te paran para felicitarte. En Ovejas Negras tengo contacto con personas trans que se sienten hasta más orgullosas que yo misma. Existen dos que son estudiantes universitarias. Una dejó por el tema del nombre y me decía que se sentía estimulada a seguir.
-Contame de tu inserción laboral como abogada.
-Estoy trabajando en forma independiente, con una colega. Tenemos nuestro propio estudio. Por otro lado, trabajo dentro del área jurídica de Ovejas Negras, como asesora.
-¿Cómo es el trato con los clientes?
-Como generalmente uno se hace cierta publicidad, o por el boca a boca o porque aparece en algún lugar para promocionar sus servicios, la persona que se acerca no tiene ningún tipo de problema. La que sea transfóbica no se va a presentar. Quienes se acercan en lo que tienen interés ni siquiera es en tu identidad sexual, ni en tu intimidad. Es en que les resuelvas un problema que para ellos es grave. Si les ofrecés herramientas efectivas de solución, están conformes y te recomiendan. Por suerte, los clientes que hasta hoy he manejado están muy contentos y los sigo teniendo.
-¿Qué te parecen las normas uruguayas sobre discriminación?
-Inoperantes. Tenemos, lamentablemente, dos esferas: una penal, con las situaciones realmente graves, para las que está la denuncia judicial. La cuestión es que los casos de discriminación, por lo general, son de muy difícil prueba. El 90% no llegan a situaciones que estimulan el odio por la orientación sexual, sino que se tendrían que resolver de una forma efectiva, por mecanismos administrativos o judiciales ágiles. Por ejemplo: no me dejan entrar a una discoteca por mi identidad sexual y lo puedo probar. Pues bien, debería haber una sanción económica para ese lugar. Tenemos una Comisión Honoraria creada por ley, y tenemos una ley que define perfectamente lo que es discriminación. Es un avance, pero no tiene poderes, excepto algunos extremadamente persuasivos para acercar a las partes. No tiene ni siquiera los poderes de conciliación, lo que también podría ser una solución.
-¿Cómo se pueden alcanzar los logros que obtuvieron los argentinos en materia de legislación?
-Se necesita un compromiso de todos los sectores. Más allá de que las organizaciones están realizando un trabajo activo, se requiere que haya la voluntad política de generar las normas, que se dispongan los recursos necesarios para que funcionen efectivamente y que haya una verdadera difusión de los derechos que se consagran, porque es el comienzo de la aplicación efectiva.
-¿Considerás que el Derecho es transfóbico?
-Creo que no es un sistema aparte de una sociedad. Lo que dice una norma luego se matiza en su aplicación jurisprudencial, en sus críticas doctrinarias, en lo que se enseña. Tenemos, por ejemplo, un instituto del matrimonio que proviene de un código que fue hecho en 1856. No podemos pretender que tenga una concepción de la identidad como construcción social, y por lo tanto como comportamiento a partir de una autoconcepción. Tiene un concepto biologicista, que une la genitalidad con el género. Hoy se sabe que no. La Ley 18.620 (Derecho a la Identidad de Género y al Cambio de Nombre y Sexo en Documentos Identificatorios) es la prueba exacta que consagra un concepto distinto. Nuestra Constitución establece que la igualdad es un derecho perfecto al que nadie puede menoscabar. Pues bien, según la orientación sexual te permite ejercer el derecho al matrimonio o no te lo permite
. Nadie pretende cambiar el instituto del matrimonio: es, simplemente, que funcione para todos por igual.
De modelos de femineidad
-¿Qué es lo que más te gusta de la femineidad actual?
-Actualmente existen muchos modelos de mujer. Muchas veces el más vendible es uno muy estereotipado, y se acusa a las trans de tomarlo. Es uno donde la cosmética y la estética más plástica están muy presentes. Personalmente, tengo que reconocer que lo que más me interesa tiene que ver con lo que siempre asocié a la conducta femenina. Es muchas veces no siempre, porque no existen determinismos- el camino del medio, donde las situaciones no son necesariamente ni blancas ni negras. No hay por qué polarizarlas. Eso es principalmente lo que yo tomé. Al mismo tiempo, siento una profunda admiración hacia la figura de mi madre, por su sentido humanista, su solidaridad con el prójimo. Era una persona católica, fue consecuente con los valores que profesaba y los aplicaba en su vida diaria. A su vez, siempre valoré esa capacidad absoluta de reinventarse una y otra vez ante los cambios no sólo sociales, sino de su propia familia. Fue una mujer que se reinventó a la par mía y acompañó mis procesos de una manera admirable. Nunca me va a quedar tiempo para agradecer cómo se adaptó a acompañar mi proceso identitario, mis cambios estéticos, y hasta los procesos legales. Apoyó mi decisión de hacer la carrera que hice. Realmente fue uno de mis grande sostenes emocionales, morales, de todo punto de vista.
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