BARRIO JACINTO VERA, RANCHOS DE LATA Y MADERA
Se trataba de humildes obreros que habían sido la mano de obra en las enormes construcciones de Don Emilio Reus en el barrio Sur y Villa Muñoz. Al terminar esos proyectos se quedaron viviendo en Jacinto Vera en unos lotes que Piria les había rematado a precios muy bajos en su local de la Ciudad Vieja.
El nombre de la zona se lo puso también el Sr. Piria que tenía gran amistad con el primer vicario de Montevideo, Monseñor Jacinto Vera. Los obreros construyeron unas pequeñas viviendas que dieron su identidad al barrio. Unos humildes ranchitos de rústica madera de la carpintería de Martínez y con techos de hojalata sacada de los envases metálicos del querosén. Unían todo con un pegamento a base de yuyos y harina mojada que se decía era de origen celta.
Por la calle Lafinur caminaba el tano Porta, exquisito jugador, que tenía una legión de amigos en el boliche «Uruguayo». Se degustaba aromático café y la quemante caña desbordaba las copitas de grueso vidrio. Recuerdos futboleros al orden del día. Y si de boliches se habla, el más emblemático de aquellos viejos tiempos fue «El Sol», donde cuenta la leyenda que una mañana se trenzaron en un bravo contrapunto los payadores López y el grandote Clodomiro Pérez.
Jacinto Vera tenía fama de ser semillero de cracks e ídolos del fútbol uruguayo. El temperamental Enrique Fernández, el talentoso Cotorra Míguez y el gran Mono Gambetta que paralizó al Estadio de Maracaná cuando al final del partido agarró la pelota con la mano. De un potrero frente a la iglesia de San Antonino con su gran torre surgió uno de los más grandes orgullos del barrio. Era Aníbal Ciocca, llamado «El Príncipe», por su espigada figura a la inglesa y además una muy rubia cabellera. Los vecinos más veteranos lo recuerdan como un muchacho humilde, que aún luego de alcanzar la fama al ser jugador de Nacional y la Selección jamás cambió su carácter muy amistoso. Su arte futbolero fue sublime y hacía decir a los espectadores que tenía un imán en los zapatos. Y como lo relataba Carlos Solé: «Ciocca lleva la pelota atada y cada tanto la acaricia con amor y cariño…» El alma proletaria de esta barriada fue pintada poéticamente por otro vecino.
Líber Falco que de niño vivió en la zona en un ranchito de una tía. Aunque había nacido en la Villa Muñoz amó mucho este barrio y le dedicó su inmortal poema.
En sus libros «Equis Andacalles» y «Cometas sobre los muros» se reconocen las melancólicas callecitas de tierra y adoquines del antiguo Jacinto Vera.
El Carnaval latió en sus calles. Un corso salía por la actual Lorenzo Fernández, se dirigía a Garibaldi hasta llegar a Cuñapirú. Por la calle Lafinur se levantaba un tablado alegórico que ganó muchas veces el premio de la Comisión de Fiestas del Municipio. Entre los vecinos que lo rodeaban estaba el popular gordo Clemente, que luego alcanzó gran notoriedad por la canción que Roberto Darwin dedicó a su barriada. Los domingos de matiné eran en los cines «Ateneo» y «Edinson» de la calle Garibaldi. Ruidos de cáscaras de maníes y de las bolsas de papel llenas de bizcochos mientras en la pantalla aparecían las aventuras de «El Pirata Hidalgo».
Fines de semana también con mucho deporte y luego comidas fraternas en los clubes El Zapicán y El Victoria muy conocidos en las ligas barriales.
La murga locataria fue La Milonga Nacional y en sus poéticas retiradas varias veces mencionó al querido Jacinto Vera, con sus «ranchos de lata por fuera y por dentro de madera». Con más recuerdos y música los esperamos en la CX 40, Radio Fénix, todos los sábados a las 18 horas.
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