Amodio Pérez
Era de prever: la historia de Amodio Pérez (así figura bastante, como si fueran nombre y apellido; no hace falta decirle un Héctor que nadie utiliza, para marcar proximidad) no podía quedar como estaba, trunca, por desaparición del sujeto más que nada.
Era, es, una historia imponente, con potentes ingredientes de la narrativa clásica: idealismo, valentía, pasión, intriga, heroísmo, épica, amor, derrota, traición, destierro. Faltó el suplicio, no lo tuvo. Y faltaba el regreso, vivo o muerto, una vuelta que continuara la historia un paso más. Podrá no ser filmada, pero se merece de sobra una película.
El regreso, por ahora, no le hizo honor al singular personaje, héroe y villano máximos en el mismo cuerpo. Unas cartas desde por ahí, que poco agregan a la historia conocida e imaginada, al menos por los entendidos. Amodio no aportó nada nuevo por ahora, excepto la constancia de estar vivo, que no es poco dato.
Para mí, que llevo 40 años con el radar atento a un nuevo capítulo de la película Amodio, sabe a decepción, por ahora.
Encima el hombre erra el escenario: termina expuesto en El Observador, que no es el lugar que calza a su ropaje. Apenas recaudado el botín en audiencia, el diario de Peirano se sacó las ganas de crucificar ante su platea a la causa política que parió al personaje, dejándolo así desnudo, tirado, solo. Desecho de una historia podrida.
El Observador publicó todas las cartas, cierto. Luego las publicó LARED21, el mismo medio que había divulgado en solitario una reseña completa de la primera, la más extensa. Y nadie más, que yo sepa. Pobre difusión, Amodio. Porque los demás medios, donde llegó de rebote, radiaron apenas caricaturas de la secuela.
Si a la historia de los sucesos que escribieron aquellos 25 “años de plomo” del Uruguay (1960-1985), las cartas de Amodio no agregaron novedad relevante, sí aportaron creo yo a reconstruir la escena donde este protagonista dirimió su propia y personal tragedia griega, aquella en que los personajes no ocupan el lugar que quieren sino el que las circunstancias los colocan irremisiblemente. La luz, en este caso, descubre la mirada de Amodio sobre aquella terrible escena, de la que él era un actor destacado.
Temo que Amodio, ahora sí, calle para siempre. Lo de “temo” refiere a quedarme sin conocer algunos pormenores faltantes de la historia, y no aludo a los grandes ejes, cuyo curso las cartas no han hecho más que confirmar. Pero me gustaría, por ejemplo, saber más de Alicia Rey, la “Negra Mercedes”, o mejor aún escucharla a ella misma contando la historia desde su lado, opacada siempre por la enormidad de Amodio. Y completar así la imagen de pareja que explica una veta importante del personaje.
Me gustaría iluminar algunos pasajes más de la historia de Amodio y su entorno humano y por extensión político. En las páginas de LARED21, su publicación no estallará como una bengala, que se alza y fulgura tan rápido como cae y se apaga. Pero llegará a todos los “a quien pueda interesar” y podrá recibir tantas diatribas o aplausos como produzca, sin ligar de carambola un editorial de rencor ideológico.
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