Prohibición amenaza subsistencia de casta dedicada por siglos a meretricio hereditario
Rehabilitar a las trabajadoras sexuales de Nepal exige esfuerzos especiales dirigidos a la casta hindú badi, durante siglos asociada al esparcimiento y la prostitución en esta exmonarquía.
Sabitri Nepali se inició en la obligada tradición de los badis antes de cumplir 14 años. Ahora tiene 30 y la desconciertan los cambios de este país asiático de reciente pasado feudal y en vías de convertirse en una república democrática moderna.
«Varias generaciones de mi familia sobrevivieron gracias a esta actividad. Mi madre era trabajadora sexual y yo continué con la profesión familiar. Para nosotras era normal», dijo Nepali a IPS en la aislada aldea de Muda, 700 kilómetros al oeste de Katmandú.
Los badis, que suman unas 50.000 personas, viven en zonas del oeste de Nepal y encuentran trabajo en poblados y ciudades de este país, como Katmandú, y de India, como Mumbai y Nueva Delhi.
Hace cuatro años, el gobierno de Nepal prohibió a las badis dedicarse a su ocupación tradicional, bajo presión de comunidades locales temerosas de que las áreas con gran población de esa casta se convirtieran en zonas rojas.
Pero el gobierno no dio ningún paso para implementar la prohibición. El resultado fue la creación de patrullas comunitarias que obligan a las badis, mediante la violencia, a abandonar su medio de vida.
«Desafiamos la prohibición y continuamos con nuestra ocupación tradicional. ¿Cómo podemos sobrevivir sin ingresos? Piensen en nuestros hijos», dijo Kalpana Badi, de 35 años, quien apela a la práctica común de usar un apellido que la identifica de inmediato con su casta y su oficio.
La palabra «badi» procede del sánscrito «vadyabadak», que significa persona que toca un instrumento musical y sugiere que el estatus de la casta se fue degradando con el paso del tiempo.
El rígido sistema hindú de castas de Asia meridional definía la posición y la ocupación de cada persona. Los badis no han podido escapar de ese determinismo que los colocó en un lugar desfavorable de la escala social.
«No queríamos continuar con la prostitución, pero el gobierno no cumplió sus promesas de rehabilitación», dijo Bishal Nepali, esposo de una trabajadora sexual badi.
Las autoridades habían anunciado un programa que incluía vivienda, actividades remuneradas y becas de estudio para niñas y niños, pero nunca lo implementaron.
«Ha sido un proceso muy frustrante. No sabemos a qué se debe la indiferencia del gobierno. Los badis estamos en una situación desesperada», dijo Uma Badi, destacada activista y una de las pocas mujeres de su comunidad que obtuvieron educación universitaria.
«La mayoría de los badis no tienen educación y tampoco tierras ni animales», explicó.
De hecho, se les negó la ciudadanía hasta 2005, cuando la Corte Suprema de Justicia ordenó que se les concediera y se les facilitara apoyo económico.
Según un estudio publicado en 1992 por Thomas Cox, un antropólogo entonces adjunto a la Universidad Tribhuvan de Katmandú, las niñas badis «desde su primera infancia saben, y en general aceptan, que las espera una vida de prostitución».
Según esa investigación, las muchachas badis no se casaban y era común que tuvieran hijos concebidos con sus clientes.
Cox registró que las castas superiores de la sociedad nepalesa no alentaban a las niñas badis a buscar otras ocupaciones. Aquellas que lograban ingresar a las escuelas públicas «a menudo son duramente acosadas por estudiantes de castas altas», sostenía ese trabajo.
Dos décadas después del estudio de Cox, los badis, parte de los dalits (intocables o descastados), tienen vedado hasta usar la bomba de agua o el pozo de su aldea, y es posible que su situación haya empeorado.
En la aldea de Muda, muchas niñas y mujeres huyeron de sus hogares por temor al Muda Anugaman Toli Samiti, una de esas patrullas ilegales acusadas de golpear a las badis y a sus clientes.
A un badi tampoco se le permite administrar negocios legítimos. «La gente tiene miedo de comprar cualquier cosa en mi comercio por temor a los aldeanos (de la patrulla). ¿Cómo podemos vivir así?», dijo Dinesh Nepali, un hombre badi que posee una pequeña tienda de cigarrillos, verduras y gaseosas.
Los activistas badis son conscientes de que los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio están dirigidos a ellos, en especial los relativos a los derechos de las mujeres, la educación y la pobreza. Pero también saben que superar la marginación exige iniciativas firmes y extraordinarias.
«Un puñado de organizaciones no gubernamentales y agencias donantes apoyan el empoderamiento de las mujeres badis, pero esto no es sostenible. Los proyectos van y vienen, y solo el respaldo del gobierno puede brindar una solución a largo plazo», dijo Uma Badi.
Al finalizar la sangrienta guerra civil de Nepal (1996-2006), se esperaba que la abolición de la monarquía y la adopción de la democracia republicana condujeran a cambios positivos para los badis. Pero la inestabilidad política todavía persiste en el país.
«En los últimos años me reuní con tres primeros ministros. Todos prometen apoyo, pero se olvidan de nosotros apenas volvemos a nuestras aldeas», dijo Uma Badi.
En 2007, activistas badis amenazaron con marchar desnudos por Katmandú para desafiar al gobierno por no llevar a la práctica la rehabilitación ordenada por la justicia. Pero no consiguieron más que nuevas promesas.
Las patrullas comunitarias admiten que el gobierno no cumple su obligación de asistir la rehabilitación de los badis.
«Tratamos de ayudar a las mujeres badis a iniciar una vida nueva y digna, pero admitimos que no hay alternativas viables», dijo Riddha Bhandari, líder de Muda Anugaman Toli Samiti. «El gobierno debe actuar ya».
Bhandari negó que su patrulla intente destruir a los badis, y alegó que les preocupa la influencia de la casta en adolescentes ajenas a esa comunidad y la posible propagación del virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida. IPS
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